Página 118 - Consejos Sobre la Obra de la Escuela Sabatica (1992)

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Paciencia con los descarriados
Recordad que no podéis leer los corazones. No podéis conocer
los motivos que impulsan las acciones que os parecen erróneas.
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Hay muchos que no han recibido la debida educación; sus carac-
teres son tortuosos, son duros y retorcidos, y parecen sinuosos en
todas formas. Pero la gracia de Cristo puede transformarlos. Nun-
ca los echéis a un lado, nunca los induzcáis al desánimo o a la
desesperación diciéndoles: “Usted me ha chasqueado, y no trata-
ré de ayudarlo.” Unas pocas palabras habladas apresuradamente
bajo la provocación—precisamente lo que nosotros pensamos que
merecen—pueden cortar las cuerdas de la influencia que habría
atado sus corazones al nuestro.
La vida consecuente, la paciente tolerancia, el espíritu sereno
bajo la provocación, es siempre el argumento más concluyente y el
más solemne llamamiento. Si habéis tenido oportunidades y ventajas
que no les hayan tocado en suerte a los demás, considerad este hecho
y sed siempre maestros sabios, cuidadosos y amables.
A fin de que la cera admita una impresión fuerte y clara del sello,
no la golpeáis con el sello en forma apresurada y violenta; colocáis
el sello cuidadosamente sobre la plástica cera y en forma tranquila
y firme lo apretáis hasta que se haya endurecido en el molde. De
la misma manera tratad con las almas humanas. La continuidad de
la influencia cristiana es el secreto de su poder, y esto depende de
que vosotros perseveréis en la manifestación del carácter de Cristo.
Ayudad a los que hayan errado, contándoles lo que os ha ocurrido
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a vosotros. Mostradles cómo, cuando hicisteis graves errores, la
paciencia, la bondad y la disposición a ayudaros manifestada por
vuestros colaboradores os dieron valor y esperanza.
Hasta el día del juicio no conoceréis la influencia de una conducta
amable y considerada hacia el inconsecuente, el irrazonable o el in
merecedor. Cuando nos encontrarnos con ingratitud y traición de
sagrados cometidos, somos incitados a manifestar nuestro enojo
o indignación. Estas cosas, según lo que espera el culpable, están
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