Los padres como educadores
El hogar debe convertirse en una escuela de instrucción, más bien
que en un lugar de monótona e ingrata faena. Las primeras horas
de la noche deberían ser consideradas como momentos preciosos
para ser dedicados a la instrucción de los niños en el camino de
la rectitud. Pero a cuántos niños se los descuida tristemente. En el
hogar no se los instruye para que comprendan la verdad de Dios,
ni se les enseña a amar la justicia y el juicio. Debería instruírselos
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pacientemente para que entiendan las leyes que los gobiernan, y
conozcan las fuentes de sus acciones. Ha de ponérselos en armonía
con las leyes del cielo, a fin de que amen la verdad como es en Jesús.
De esta manera pueden ser preparados para unirse con la sociedad
de los ángeles y para estar en la presencia del adorable Redentor.
Pueden implantarse en toda alma humana esperanzas y aspira-
ciones de un carácter recto, y la juventud puede ver hermosura en
el camino de la santidad. En todos los casos puede ser necesario
emplear medidas decididas al tratar con los niños a fin de que sean
disciplinados, cultivados y perfeccionados para que logren la máxi-
ma utilidad en la vida. ¡Cuán poco aprecian el valor de los talentos
que Dios les ha concedido! ¡Cuán pocos padres y educadores se dan
cuenta del hecho de que solamente teniendo conexión viva con el
Manantial de toda sabiduría, poder y santidad, puede lograrse un
desarrollo completo de la mente y el corazón! La verdad es infinita,
y aquel cuya mente es iluminada y guiada por el Espíritu de Dios, irá
progresando en fuerza y hallará que su senda aumenta en resplandor
hasta que el día sea perfecto.
Hacia la tierra o hacia el cielo
Pero aunque seamos capaces de progresar en conocimiento y
en verdad, no perdamos de vista el hecho de que podemos ir hacia
atrás tanto como hacia adelante. Podemos ir hacia la tierra tanto
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como hacia el cielo. Hay muchas almas que están vacilando entre la
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