Página 142 - Consejos para la Iglesia (1991)

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Consejos para la Iglesia
confines de la tierra testificando: “Porque lejos esté de mí gloriarme,
sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”.
Gálatas 6:14
. Mientras
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proclamaban la verdad tal cual es en Jesús, los corazones cedían
al poder del mensaje. La iglesia veía a los conversos acudir a ella
desde todas las direcciones. Los apóstatas se volvían a convertir.
Los pecadores se unían con los cristianos en la búsqueda de la
perla de gran precio. Los que habían sido acérrimos oponentes del
Evangelio llegaron a ser sus campeones. Se cumplía la profecía: El
débil será “como David”, y la casa de David, “como el ángel del
Señor”. Cada cristiano veía en su hermano la divina similitud del
amor y la benevolencia. Un solo interés prevalecía. Un objeto de
emulación absorbía a todos los demás. La única ambición de los
creyentes consistía en revelar un carácter semejante al de Cristo y
trabajar para el engrandecimiento de su reino.
A nosotros hoy, tan ciertamente como a los primeros discípulos,
pertenece la promesa del Espíritu. Dios dotará hoy a hombres y
mujeres del poder de lo alto, como dotó a los que, en el día de
Pentecostés, oyeron la palabra de salvación. En este mismo momento
su Espíritu y su gracia son para todos los que los necesitan y quieran
aceptar su palabra al pie de la letra
El Espíritu Santo permanecerá hasta el fin
Cristo declaró que la influencia divina del Espíritu había de
acompañar a sus discípulos hasta el fin. Pero la promesa no es
apreciada como debiera serlo; por lo tanto, su cumplimiento no se
ve como debiera verse. La promesa del Espíritu es algo en lo cual
se piensa poco; y el resultado es tan sólo lo que podría esperarse:
sequía, tinieblas, decadencia y muerte espirituales. Los asuntos de
menor importancia ocupan la atención y, aunque es ofrecido en
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su infinita plenitud, falta el poder divino que es necesario para el
crecimiento y la prosperidad de la iglesia y que traería todas las otras
bendiciones en su estela.
La ausencia del Espíritu es lo que hace tan impotente el minis-
terio evangélico. Puede poseerse saber, talento, elocuencia, y todo
don natural o adquirido; pero, sin la presencia del Espíritu de Dios,
ningún corazón se conmoverá, ningún pecador será ganado para
Cristo. Por otro lado, si sus discípulos más pobres y más ignorantes