Página 156 - Consejos para la Iglesia (1991)

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Consejos para la Iglesia
dispuestos a abandonar. Todos pueden ver si lo desean. Si prefieren
las tinieblas a la luz, su criminalidad no disminuirá por ello
La muerte antes que el deshonor o la transgresión de la ley de
Dios, debiera ser el lema de todo cristiano. Como pueblo que profesa
estar constituido por reformadores que atesoran las más solemnes
y purificadoras verdades de la Palabra de Dios, debemos elevar
la norma mucho más alto de lo que está puesta actualmente. El
pecado y los pecadores que hay en la iglesia deben ser eliminados
prestamente, a fin de que no contaminen a otros. La verdad y la
pureza requieren que hagamos una obra más cabal para limpiar de
Acanes el campamento. No toleren el pecado en un hermano los
que tienen cargos de responsabilidad. Muéstrenle que debe dejar sus
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pecados o ser separado de la iglesia
Los jóvenes pueden tener principios tan firmes que las más po-
derosas tentaciones de Satanás no podrán apartarlos de su fidelidad.
Samuel era un niño rodeado de las influencias más corruptoras. Veía
y oía cosas que afligían su alma. Los hijos de Elí, que ministraban
en cargos sagrados, estaban dominados por Satanás. Esos hombres
contaminaban la misma atmósfera circundante. Muchos hombres
y mujeres se dejaban fascinar diariamente por el pecado y el mal;
pero Samuel quedaba sin tacha. Las vestiduras de su carácter eran
inmaculadas. No tenía la menor participación ni deleite en los peca-
dos que llenaban todo Israel de terribles informes. Samuel amaba
a Dios; mantenía su alma en tan íntima relación con el cielo, que
se envió a un ángel para hablar con él acerca de los pecados de los
hijos de Elí que estaban corrompiendo a Israel
El resultado de la contaminación moral
Algunos que ostensiblemente profesan el cristianismo no com-
prenden el pecado del abuso propio y sus resultados inevitables. Un
hábito inveterado ha cegado su entendimiento. No se dan cuenta
del carácter excesivamente pecaminoso de este pecado degradante
que enerva y destruye su fuerza nerviosa y cerebral. Los principios
morales se debilitan excesivamente cuando están en conflicto con
un hábito inveterado. Los solemnes mensajes del cielo no pueden
impresionar con fuerza el corazón que no está fortificado contra la
práctica de este vicio degradante. Los nervios sensibles del cere-