Capítulo 19—No se case con un incrédulo
Hay en el mundo cristiano una indiferencia asombrosa y alar-
mante para con las enseñanzas de la Palabra de Dios acerca del
casamiento de los cristianos con los incrédulos. Muchos de los que
profesan amar y temer a Dios prefieren seguir su propia inclinación
antes que aceptar el consejo de la sabiduría infinita. En un asunto
que afecta vitalmente la felicidad y el bienestar de ambas partes,
para este mundo y el venidero, la razón, el juicio y el temor de Dios
son puestos a un lado, y se deja que predominen el impulso ciego y
la determinación obstinada.
Hombres y mujeres que en otras cosas son sensatos y concien-
zudos cierran sus oídos a los consejos; son sordos a las súplicas y
ruegos de amigos y parientes, y de los siervos de Dios. La expresión
de cautela o amonestación es considerada como entrometimiento im-
pertinente, y el amigo que es bastante fiel para hacer una reprensión,
es tratado como enemigo.
Todo esto está de acuerdo con el deseo de Satanás. El teje su
ensalmo en derredor del alma, y ésta queda hechizada, infatuada.
La razón deja caer las riendas del dominio propio sobre el cuello
de la concupiscencia, la pasión no santificada predomina, hasta
que, demasiado tarde, la víctima se despierta para vivir una vida
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de desdicha y servidumbre. Este no es un cuadro imaginario, sino
un relato de hechos ocurridos. Dios no sanciona las uniones que ha
prohibido expresamente.
El Señor ordenó al antiguo Israel que no se relacionara por
casamientos con las naciones idólatras que lo rodeaban. “Y no
emparentarás con ellas; no darás tu hija a su hijo, ni tomarás a
su hija para tu hijo”. Se da la razón de ello. La sabiduría infinita,
previendo el resultado de tales uniones, declara: “Porque desviará
a tu hijo de en pos de mí, y servirán a dioses ajenos; y el furor de
Jehová se encenderá sobre vosotros, y te destruirá pronto”. “Porque
tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha
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