El matrimonio
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de sus estatutos. Nunca desaprobó las fiestas inocentes de la huma-
nidad cuando se celebraban de acuerdo con las leyes del Cielo. Es
correcto que quienes siguen a Cristo asistan a una fiesta que él honró
con su presencia. Después de participar de aquel banquete, Cristo
asistió a muchos otros y los santificó por su presencia e instrucción.
No hay motivo para hacer mucha ostentación, aun cuando los
contrayentes se correspondan perfectamente.
Siempre me ha parecido impropio que la ceremonia del matri-
monio vaya asociada con mucha hilaridad, algazara y simulación.
No debe ser así. Es un rito ordenado por Dios, que debe considerarse
con la mayor solemnidad. Cuando se establece una relación familiar
aquí en la tierra, debe ser una demostración de lo que será la familia
en el cielo. Se ha de dar siempre el primer lugar a la gloria de Dios
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Consejos a los recién casados
Estimado hermano y estimada hermana: Acabáis de uniros para
toda la vida. Empieza vuestra educación en la vida marital. El primer
año de la vida conyugal es un año de experiencia, en el cual marido
y mujer aprenden a conocer sus diferentes rasgos de carácter, como
en la escuela un niño aprende su lección. No permitáis, pues, que se
escriban durante ese primer año de vuestro matrimonio, capítulos
que mutilen vuestra felicidad futura.
Para comprender lo que es en verdad el matrimonio, se requiere
toda una vida. Los que se casan ingresan en una escuela en la cual
no acabarán nunca sus estudios.
Hermano mío, el tiempo, las fuerzas y la felicidad de su esposa
están ahora ligados a los suyos. Su influencia sobre ella puede ser
sabor de vida para vida o sabor de muerte para muerte. Cuide de no
echarle a perder la vida.
Hermana mía, usted debe ahora tomar sus primeras lecciones
prácticas acerca de sus responsabilidades como esposa. No deje de
aprender fielmente estas lecciones día tras día. No abra la puerta al
descontento o al mal humor. No busque una vida fácil y de ocio.
Vele constantemente para no abandonarse al egoísmo.
En vuestra unión para toda la vida, vuestros afectos deben contri-
buir a vuestra felicidad mutua. Cada uno debe velar por la felicidad
del otro. Tal es la voluntad de Dios para con vosotros. Mas aunque