Capítulo 24—Los padres cristianos
Mientras cumplís vuestros deberes hacia vuestra familia, el padre
como sacerdote de la casa y la madre como misionera del hogar,
multiplicaréis agentes capaces de hacer bien fuera de la casa. Al
emplear vuestras facultades, os capacitaréis mejor para trabajar en
la iglesia y entre vuestros vecinos. Al vincular a vuestros hijos con
vosotros mismos y con Dios, todos, padres e hijos, llegaréis a ser
colaboradores de Dios
Lo sagrado de la labor de una madre
La mujer debe ocupar el puesto que Dios le designó originalmen-
te como igual a su esposo. El mundo necesita madres que lo sean no
sólo de nombre sino en todo sentido de la palabra. Puede muy bien
decirse que los deberes distintivos de la mujer son más sagrados y
más santos que los del hombre. Comprenda ella el carácter sagrado
de su obra y con la fuerza y el temor de Dios, emprenda su misión
en la vida. Eduque a sus hijos para que sean útiles en este mundo y
obtengan un hogar en el mundo mejor.
La esposa y madre no debe sacrificar su fuerza ni dejar dormir sus
facultades apoyándose por completo en su esposo. La individualidad
de ella no puede fundirse en la de él. Debe considerar que tiene
[256]
igualdad con su esposo, que debe estar a su lado permaneciendo fiel
en el puesto de su deber y él en el suyo. Su obra en la educación de
sus hijos es en todo respecto tan elevadora y ennoblecedora como
cualquier puesto que el deber de él le llame a ocupar, aun cuando
fuese la primera magistratura de la nación.
Al rey en su trono no incumbe una obra superior a la de la
madre. Esta es la reina de su familia. A ella le toca modelar el
carácter de sus hijos, a fin de que sean idóneos para la vida superior e
inmortal. Un ángel no podría pedir una misión más elevada; porque
mientras realiza esta obra la madre está sirviendo a Dios. Si tan
sólo comprende ella el alto carácter de su tarea, le inspirará valor.
195