Página 222 - Consejos para la Iglesia (1991)

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Capítulo 29—La recreación
Los cristianos disponen de muchas fuentes de felicidad, y pueden
decir con exactitud infalible qué placeres son lícitos y correctos.
Pueden disfrutar de recreaciones que no disiparán el intelecto ni
degradarán el alma. Tampoco desilusionarán ni dejarán una triste
influencia ulterior que destruya el respeto propio o impida ser útil.
Si pueden llevar a Jesús consigo y conservar un espíritu de oración,
están perfectamente seguros.
No será peligrosa cualquier diversión a la cual podáis dedicaros
y pedir con fe la bendición de Dios. Pero cualquier diversión que os
descalifique para la oración secreta, para la devoción ante el altar de
oración, o para tomar parte en la reunión de oración, no sólo no es
segura, sino peligrosa.
Pertenecemos a la clase de los que creen que es su privilegio
glorificar a Dios en la tierra cada día de su vida. Creemos que no
vivimos en este mundo tan sólo para divertirnos y agradarnos a
nosotros mismos. Estamos aquí para beneficiar a la humanidad y
a la sociedad; pero si permitimos que nuestra mente vaya por el
cauce bajo que sigue la de muchos que buscan solamente la vanidad
y la insensatez, ¿cómo podremos beneficiar a nuestra especie y a
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nuestra generación? ¿Cómo podemos ser una bendición para la
sociedad que nos rodea? No podemos participar inocentemente en
cualquier diversión que nos incapacitaría para el desempeño más fiel
de nuestros deberes comunes.
Existen muchas cosas que son correctas en sí, pero que, perverti-
das por Satanás, resultan en una trampa para los incautos.
Hay una gran necesidad de temperancia en las diversiones, como
en cualquier otra actividad. Su carácter debe ser considerado cuida-
dosa y cabalmente. Todo joven debe preguntarse: ¿Qué influencia
tendrán estas diversiones sobre mi salud física, mental y moral?
¿Quedará mi alma tan infatuada que me olvide de Dios? ¿Dejaré de
tener presente su gloria
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