Página 240 - Consejos para la Iglesia (1991)

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Consejos para la Iglesia
¡Qué mundo de chismes se evitaría si cada uno recordase que los
que le hablan de las faltas ajenas publicarán con la misma libertad
sus faltas en una oportunidad favorable! Debemos esforzarnos por
pensar bien de todos, especialmente de nuestros hermanos, a menos
que estemos obligados a pensar de otra manera. No debemos dar
apresurado crédito a los malos informes. Son con frecuencia el
resultado de la envidia o de la incomprensión, o pueden proceder de
la exageración o de la revelación parcial de los hechos. Los celos y
las sospechas, una vez que se les ha dado cabida, se difunden como
las semillas del cardo. Si un hermano se extravía, entonces es el
momento de mostrar nuestro verdadero interés en él. Vayamos a él
con bondad, oremos con él y por él, recordando el precio infinito
que Cristo ha pagado por su redención. De esta manera podremos
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salvar un alma de la muerte, y ocultar una multitud de pecados.
Una mirada, una palabra, aun el tono de la voz, pueden estar
henchidos de mentira, penetrar como una flecha en algún corazón, e
infligir una herida incurable. Así puede echarse una duda, un oprobio,
sobre una persona por medio de la cual Dios quisiera realizar una
buena obra, y su influencia se marchita y su utilidad se destruye.
Entre algunas especies de animales, cuando algún miembro del
rebaño es herido y cae, sus compañeros le asaltan y despedazan.
El mismo espíritu cruel manifiestan ciertos hombres y mujeres que
se llaman cristianos. Hacen gala de un celo farisaico para apedrear
a otros menos culpables que ellos mismos. Hay quienes señalan
las faltas y los fracasos ajenos para apartar de sus propias faltas y
fracasos la atención, o para granjearse reputación de muy celosos
para Dios y la iglesia
El tiempo gastado en criticar las intenciones y las acciones de
los siervos del Señor sería mejor empleado en la oración. Si los
que buscan faltas en los demás conociesen la verdad referente a los
mismos a quienes critican, a menudo tendrían otra opinión acerca de
ellos. En vez de criticar y condenar a los otros, sería mejor que cada
cual dijese: “Debo trabajar para mi propia salvación. Si coopero
con Cristo, quien desea salvar mi alma, debo velar diligentemente
sobre mí mismo; debo arrancar de mi vida todo lo malo; debo ser
una nueva criatura en Cristo; debo vencer todos mis defectos. Así
que, en vez de debilitar a aquellos que luchan contra el mal, debo
fortalecerlos con palabras de aliento”
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