Página 261 - Consejos para la Iglesia (1991)

Basic HTML Version

La disciplina y la educación apropiada de nuestros hijos
257
A cada hijo e hija debe pedírsele cuenta si se ausenta de la casa
de noche. Los padres deben saber en qué compañía se hallan sus
hijos, y en casa de quién pasan sus veladas
La filosofía humana no ha descubierto más de lo que Dios sabe
ni ha ideado en lo que respecta a actuar con los niños, ni un plan
más sabio que el dado por nuestro Señor. ¿Quién puede comprender
todas las necesidades de los niños mejor que su Creador? ¿Quién
puede interesarse más hondamente en su bienestar que Aquel que los
compró con su propia sangre? Si la Palabra de Dios fuese estudiada
cuidadosamente y obedecida con fidelidad, habría menos angustia
en el alma de los padres por la conducta perversa de hijos malvados.
[342]
Los niños tienen derechos que sus padres deben reconocer y
respetar. Tienen derecho a recibir una educación y preparación que
los hará miembros útiles de la sociedad, respetados y amados aquí, y
les dará idoneidad moral para la sociedad de los santos y puros en la
vida venidera. Debe enseñarse a los jóvenes que su bienestar presente
y futuro depende en gran medida de los hábitos que adquieran en la
niñez y la juventud
Hombres y mujeres que profesan reverenciar la Biblia y seguir
sus enseñanzas, dejan de cumplir en muchos respectos lo que ella
exige. En la educación de los niños siguen su propia naturaleza
perversa más bien que la revelada voluntad de Dios. Este descuido
del deber entraña la pérdida de millares de almas. La Biblia traza
reglas para la correcta disciplina de los niños. Si los hombres si-
guiesen estos requerimientos de Dios, veríamos hoy aparecer en el
escenario de acción una clase de jóvenes muy diferente. Pero los
padres que profesan creer la Biblia y seguirla, obran de una manera
directamente contraria a sus enseñanzas. Oímos el clamor de tristeza
y angustia de parte de padres y madres, que lamentan la conducta
de sus hijos sin darse cuenta de que ellos están trayendo esa tristeza
y angustia sobre sí mismos y arruinando a sus hijos por su erróneo
cariño. No se percatan de las responsabilidades que Dios les dio en
cuanto a inculcar en sus hijos hábitos correctos desde la infancia
Los hijos cristianos preferirán el amor y la aprobación de sus
padres temerosos de Dios a toda bendición terrenal. Amarán y hon-
[343]
rarán a sus padres. Hacer a sus padres felices debe ser una de las
grandes preocupaciones de su vida. En esta era de rebelión, los hijos
no han recibido la debida instrucción y disciplina y tienen poca