Página 263 - Consejos para la Iglesia (1991)

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La disciplina y la educación apropiada de nuestros hijos
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que debe expiar la dureza mediante mimos e indulgencias, el niño
quedará arruinado. Pronto aprenderá que puede hacer lo que quiere.
Los padres que cometan este pecado contra sus hijos tendrán que
dar cuenta de la ruina de sus almas
[Los padres] deben aprender primero a dominarse a sí mismos;
y entonces podrán dominar con más éxito a sus hijos. Cada vez
que pierden el dominio propio, y hablan y obran con impaciencia,
pecan contra Dios. Deben primero razonar con sus hijos, señalarles
claramente sus equivocaciones, mostrarles su pecado, y hacerles
comprender que no sólo han pecado contra sus padres, sino contra
Dios. Teniendo vuestro propio corazón subyugado y lleno de com-
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pasión y pesar por vuestros hijos errantes, orad con ellos antes de
corregirlos. Entonces vuestra corrección no hará que vuestros hijos
os odien. Ellos os amarán. Verán que no los castigáis porque os han
causado inconvenientes, ni porque queréis desahogar vuestro des-
agrado sobre ellos, sino por un sentimiento del deber, para beneficio
de ellos, a fin de que no se desarrollen en el pecado
El peligro de una instrucción demasiado severa
En muchas familias, los niños parecen bien educados, mientras
están bajo la disciplina y el adiestramiento; pero cuando el sistema
que los sujetó a reglas fijas se quebranta, parecen incapaces de
pensar, actuar y decidir por su cuenta.
En el caso de que no se les enseñe a los jóvenes a pensar debi-
damente y actuar por su cuenta, en la medida en que lo permita su
capacidad e inclinación mental, a fin de que por este medio pueda
desarrollarse su pensamiento, su sentido de respeto propio, y su
confianza en su propia capacidad de obrar, el adiestramiento severo
producirá siempre una clase de seres débiles en fuerza mental y
moral. Y cuando se hallen en el mundo para actuar por su cuenta,
revelarán el hecho de que fueron adiestrados como los animales,
y no educados. Su voluntad, en vez de ser guiada, fue forzada a
someterse por la dura disciplina de padres y maestros.
Aquellos padres y maestros que se jactan de ejercer el dominio
completo de la mente y la voluntad de los niños que están bajo su
cuidado, dejarían de jactarse si pudiesen ver la vida futura de los
niños así dominados por la fuerza o el temor. Carecen casi comple-
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