La disciplina y la educación apropiada de nuestros hijos
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participar de las cargas domésticas. Como resultado, ella envejece
y muere prematuramente, dejando a sus hijos precisamente cuando
más necesitan a una madre que guíe sus pies inexpertos. ¿Quién
tiene la culpa?
Los esposos deben hacer todo lo que puedan para ahorrar cuida-
dos a la esposa, y mantener alegre su espíritu. Nunca debe fomentar-
se la ociosidad ni permitirse en los niños, porque pronto viene a ser
un hábito
Padres, dirigid vuestros hijos a Cristo
Los hijos pueden desear hacer lo recto, pueden proponerse en su
corazón ser obedientes y bondadosos para con sus padres o tutores;
pero necesitan ayuda y estímulo de parte de ellos. Pueden hacer
buenas resoluciones, pero a menos que sus principios sean fortale-
cidos por la religión y en sus vidas reine la influencia de la gracia
renovadora de Cristo, no alcanzarán su objetivo.
Los padres deben duplicar sus esfuerzos para la salvación de sus
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hijos. Deben instruirlos con fidelidad, y no permitir que obtengan su
educación ellos mismos como mejor puedan. No se debe permitir
que los jóvenes aprendan lo bueno y lo malo indistintamente, con la
idea de que en algún tiempo futuro lo bueno prevalecerá y lo malo
perderá su influencia. Lo malo se desarrolla más rápidamente que lo
bueno
Padres, debéis comenzar a disciplinar las mentes de vuestros hi-
jos en la más tierna edad, a fin de que sean cristianos. Tiendan todos
vuestros esfuerzos a su salvación. Obrad como que fueron confiados
a vuestro cuidado para ser labrados como preciosas joyas que han de
resplandecer en el reino de Dios. Cuidad de no estar arrullándolos
sobre el abismo de la destrucción, con la errónea idea de que no
tienen bastante edad para ser responsables, ni para arrepentirse de
sus pecados y profesar a Cristo.
Los padres deben explicar y simplificar ante sus hijos el plan de
salvación, a fin de que sus mentes juveniles puedan comprenderlo.
Los niños de ocho, diez, y doce años tienen ya bastante edad para
que se les hable de la religión personal. No mencionéis a vuestros
hijos algún período futuro en el que tendrán bastante edad para
arrepentirse y creer en la verdad. Si son debidamente instruidos, los