Página 269 - Consejos para la Iglesia (1991)

Basic HTML Version

La disciplina y la educación apropiada de nuestros hijos
265
no sienten siempre la misma disposición. A menudo su mente está
afligida por la perplejidad. Trabajan bajo la influencia de opiniones
y sentimientos equivocados. Satanás los azota y ceden a sus ten-
taciones. Hablan con irritación y de una manera que excita la ira
en sus hijos, y son a veces exigentes e inquietos. Los pobres niños
participan del mismo espíritu, y los padres no están preparados para
ayudarles, porque ellos son la causa de la dificultad. A veces todo
parece ir mal. Hay intranquilidad en el ambiente, y todos pasan mo-
mentos desdichados. Los padres echan la culpa a los pobres niños, y
piensan que son desobedientes e indisciplinados, los peores niños
del mundo, cuando la causa de la dificultad reside en ellos mismos.
Algunos padres suscitan muchas tormentas por su falta de domi-
nio propio. En vez de pedir bondadosamente a los niños que hagan
esto o aquello, les dan órdenes en tono de reprensión, y al mismo
tiempo tienen en los labios censuras o reproches que los niños no
merecieron. Padres, esta conducta para con vuestros hijos destru-
ye su alegría y ambición. Ellos cumplen vuestras órdenes, no por
amor, sino porque no se atreven a obrar de otro modo. No ponen
su corazón en el asunto. Les resulta un trabajo penoso en vez de
un placer; y a menudo por eso mismo se olvidan de seguir todas
[354]
vuestras indicaciones, lo cual acrece vuestra irritación y empeora
la situación de los niños. Las censuras se repiten; se les pinta con
vivos colores su mala conducta.
No dejéis que vuestros hijos os vean con rostros ceñudos. Si
ellos ceden a la tentación, y luego en su error y se arrepienten de
él, perdonadles tan generosamente como esperáis ser perdonados
por vuestro Padre celestial. Instruidlos bondadosamente y ligadlos
a vuestro corazón. Este es un tiempo crítico para los niños. Los
rodearán influencias tendientes a separarlos de vosotros, y debéis
contrarrestarlas. Enseñadles a haced de vosotros sus confidentes.
Permitidles contaros sus pruebas y goces. Estimulando esto, los
salvaréis de muchas trampas que Satanás ha preparado para sus pies
inexpertos. No tratéis a vuestros hijos únicamente con severidad,
olvidándoos de vuestra propia niñez, y olvidando que ellos no son
sino niños. No esperéis de ellos que sean perfectos, ni tratéis de
obligarlos a actuar como hombres y mujeres en seguida. Obrando
así, cerraríais la puerta de acceso que de otra manera pudierais tener
hacia ellos, y los impulsaríais a abrir la puerta a las influencias