Página 303 - Consejos para la Iglesia (1991)

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Capítulo 40—El alimento que comemos
Nuestro cuerpo se forma con el alimento que ingerimos. En los
tejidos del cuerpo se realiza de continuo un proceso de reparación,
pues el funcionamiento de los órganos acarrea desgaste, y éste debe
ser reparado por el alimento. Cada órgano del cuerpo exige nutrición.
El cerebro debe recibir la suya; y lo mismo sucede con los huesos,
los músculos y los nervios. Es una operación maravillosa la que
transforma el alimento en sangre y aprovecha esta sangre para la
reconstitución de las diversas partes del cuerpo; pero esta operación,
que prosigue de continuo, suministra vida y fuerza a cada nervio,
músculo y órgano.
Deben escogerse los alimentos que mejor proporcionen los ele-
mentos necesarios para la reconstitución del cuerpo. En esta elec-
ción, el apetito no es una guía segura. Los malos hábitos en el comer
lo han pervertido. Muchas veces pide alimento que altera la salud
y causa debilidad en vez de producir fuerza. Tampoco podemos
dejarnos guiar por las costumbres de la sociedad. Las enfermedades
y dolencias que prevalecen por doquiera provienen en buena parte
de errores comunes respecto al régimen alimenticio.
Pero no todos los alimentos sanos de por sí convienen igualmente
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a nuestras necesidades en cualquier circunstancia. Nuestro alimento
debe escogerse con mucho cuidado. Nuestro régimen alimenticio
debe adaptarse a la estación del año, al clima en que vivimos y a
nuestra ocupación. Algunos alimentos que convienen perfectamente
a una estación del año o en cierto clima, no convienen en otros.
También sucede que ciertos alimentos son los más apropiados para
diferentes ocupaciones. Con frecuencia el alimento que un operario
manual o bracero puede consumir con provecho no conviene a quien
se entrega a una ocupación sedentaria o a un trabajo intelectual
intenso. Dios nos ha dado una amplia variedad de alimentos sanos,
y cada cual debe escoger el que más convenga a sus necesidades,
conforme a la experiencia y a la sana razón
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