Página 33 - Consejos para la Iglesia (1991)

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El don profético y Elena G. de White
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residió 9 años y ayudó a iniciar y a desarrollar la obra, especialmente
en sus ramos educativo y médico. Regresó a los Estados Unidos en
1900 y se radicó en la costa occidental, en Santa Elena, California,
hasta su muerte, ocurrida en 1915.
Durante su larga vida de servicio, 60 años en los Estados Unidos
y 10 años en el extranjero, se le dieron aproximadamente 2.000 visio-
nes, las cuales, por medio de su esfuerzo incansable para aconsejar a
personas, iglesias, reuniones públicas y congresos de la Asociación
General, modelaron en gran medida el crecimiento de ese gran mo-
vimiento. Nunca depuso la tarea de presentar a todos los afectados
los mensajes que Dios le dio.
Sus escritos totalizan unas 100.000 páginas. Los mensajes de su
pluma alcanzaron a la gente a través de la comunicación personal,
de artículos semanales en nuestras revistas denominacionales, y de
sus numerosos libros. Tratan asuntos que se refieren a la historia
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bíblica, a la experiencia cristiana diaria, a la salud, a la educación, a
la evangelización y a otros temas prácticos. Muchos de sus libros
están impresos en los principales idiomas del mundo y se han ven-
dido millones de ejemplares. Sólo del libro
El camino a Cristo
se
vendieron unos 50.000.000 de ejemplares entre 1892 y 1990, en 127
idiomas.
En 1909, a la edad de 81 años, Elena G. de White asistió al
congreso de la Asociación General en Washington. Ese fue su último
viaje a través del continente. Dedicó los 6 años siguientes de su vida
a completar su obra literaria. Hacia el fin de su vida declaró: “Sea que
se me conserve la vida o no, mis escritos hablarán constantemente y
su obra continuará mientras dure el tiempo”
Con valor indómito y plena confianza en su Redentor, pasó al
descanso en su casa, en California, el 16 de julio de 1915 y se la
puso a descansar al lado de su esposo y sus hijos en el cementerio
de Oak Hill, Battle Creek, Míchigan.
Tanto sus colaboradores, como la iglesia y los miembros de
su familia, estimaron y honraron a Elena G. de White como una
madre consagrada y como una persona que trabajó fervorosa e
incansablemente en el campo religioso. Nunca tuvo cargos oficiales
en la iglesia. Tanto la iglesia como ella misma sabían que era “una
mensajera” con un mensaje de Dios para su pueblo. Nunca pidió a
los demás que la consideraran como modelo ni empleó su don para