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Consejos para la Iglesia
crearse popularidad y obtener ganancias financieras. Su vida y todo
lo que poseía lo dedicó a la causa de Dios.
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A su muerte, el redactor de un semanario popular,
The Indepen-
dent
, en la edición del 23 de agosto de 1915, clausuró los comentarios
relativos a su vida fructífera con estas palabras: “Fue absolutamente
sincera al creer en sus revelaciones. Su vida fue digna de ellas. No
manifestó orgullo espiritual ni procuró lucro indigno. Vivió y obró
como una digna profetisa”
Unos pocos años antes de su muerte estableció una junta de
fideicomisarios compuesta por dirigentes de la iglesia a quienes
dejó sus escritos con la responsabilidad de cuidarlos y promover su
publicación. Desde su oficina en la sede mundial de la Iglesia Ad-
ventista del Séptimo Día, esta junta fomenta la publicación continua
de los libros de Elena G. de White en inglés, y alienta su publicación
total o parcial en otros idiomas. También han publicado numerosas
compilaciones de artículos de revistas y manuscritos, en armonía
con las instrucciones de Elena G. de White. Este libro sale a la luz
con la autorización de esa junta de fideicomisarios.
Elena G. de White tal como otros la conocieron
Al conocer la experiencia extraordinaria de Elena G. de White
como mensajera del Señor, algunos se han preguntado qué clase de
persona era. ¿Tenía los mismos problemas que tenemos nosotros?
¿Era rica o era pobre? ¿Se sonreía alguna vez?
Elena G. de White fue una madre prudente y una cuidadosa
ama de casa. Fue una anfitriona genial, que a menudo hospedaba a
miembros de iglesia, y fue una vecina servicial. Fue una mujer de
convicciones, de una disposición placentera, y gentil en sus maneras
y en su voz. En su experiencia no hubo cabida para una religión de
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cara larga, sin sonrisas y sin alegría. Uno se sentía perfectamente
cómodo en su presencia. Tal vez la mejor manera de conocerla es
visitar su hogar. Para ello fijaremos la fecha de 1859, el primer año
en el que llevó un registro diario de sus actividades.
Encontramos que los White vivían en las afueras de Battle Creek,
en una pequeña casita de madera en un terreno grande, donde tenían
una huerta, unos pocos árboles frutales, algunas gallinas, y un lugar
para que sus hijos trabajaran y jugaran. En aquel tiempo era una