Página 353 - Consejos para la Iglesia (1991)

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Cómo tratar con los que yerran
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Si el que erró se arrepiente y se somete a la disciplina de Cristo,
se le ha de dar otra oportunidad. Y aun cuando no se arrepienta, aun
cuando quede fuera de la iglesia, los siervos de Dios tienen todavía
una obra que hacer en su favor. Han de procurar fervientemente
que se arrepienta. Y por grave que haya sido su ofensa, si él cede
a las súplicas del Espíritu Santo y, confesando y abandonando su
pecado, da indicios de arrepentimiento, se le debe perdonar y darle
de nuevo la bienvenida al redil. Sus hermanos deben animarle en el
buen camino, tratándole como quisieran ser tratados si estuviesen en
su lugar, considerándose a sí mismos, no sea que ellos sean tentados
también.
“De cierto os digo—continuó Cristo—, que todo lo que atéis en
la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra
será desatado en el cielo”.
Mateo 18:18
.
Esta declaración rige para todos los siglos. A la iglesia ha sido
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conferido el poder de actuar en lugar de Cristo. Es instrumento de
Dios para la conservación del orden y la disciplina entre su pueblo.
En ella ha delegado el Señor el poder para arreglar todas las cuestio-
nes relativas a su prosperidad, pureza y orden. A ella le incumbe la
responsabilidad de excluir de su comunión a los que no son dignos
de ella, a los que por su conducta anticristiana deshonrarían la ver-
dad. Cuanto haga la iglesia que esté de acuerdo con las indicaciones
dadas en la Palabra de Dios será ratificado en el cielo.
Se presentan asuntos de grave importancia para que los decida
la iglesia. Los ministros de Dios, ordenados por él como guías de su
pueblo, deben, después de hacer su parte, someter todo el asunto a
la iglesia, para que haya unidad en la decisión tomada.
El Señor desea que los que le siguen ejerzan gran cuidado en su
trato mutuo. Han de elevar, restaurar y sanar. Pero no debe haber en
la iglesia negligencia de la debida disciplina. Los miembros han de
considerarse como alumnos en una escuela, y aprender a formar un
carácter digno de su alta vocación. En la iglesia de esta tierra, los
hijos de Dios han de quedar preparados para la gran reunión de la
iglesia del cielo. Los que vivan aquí en armonía con Cristo pueden
esperar una vida inacabable en la familia de los redimidos