Página 389 - Consejos para la Iglesia (1991)

Basic HTML Version

La actitud cristiana hacia los necesitados y los dolientes
385
carácter. La cultura de la mente y del corazón se logra más fácilmente
cuando sentimos tan tierna simpatía por los demás que sacrificamos
nuestros beneficios y privilegios para aliviar sus necesidades. El
obtener y retener todo lo que podemos para nosotros mismos fomenta
la indigencia del alma. Pero todos los atributos de Cristo aguardan
ser recibidos por aquellos que quieren hacer lo que Dios les ha
indicado y obrar como Cristo obró
El Salvador no tiene en cuenta las jerarquías ni las castas, los
honores mundanales ni las riquezas. El carácter y el propósito con-
sagrado son las cosas que tienen alto valor para él. El no se pone de
parte de los fuertes favorecidos por el mundo. El que es el Hijo del
[515]
Dios viviente se humilla para elevar a los caídos. Por sus promesas
y palabras de seguridad procura ganar para sí al alma perdida que
perece. Los ángeles de Dios están observando para ver cuáles de sus
seguidores manifestarán tierna compasión y simpatía. Están obser-
vando para ver quiénes entre el pueblo de Dios manifestarán el amor
de Jesús
Dios no sólo pide nuestra benevolencia, sino también un com-
portamiento alegre, nuestras palabras llenas de esperanza, nuestro
apretón de manos. Mientras visitamos a los afligidos hijos de Dios,
hallaremos a algunos que han perdido la esperanza. Devolvámosles
la alegría. Hay quienes necesitan el pan de vida; leámosles la Palabra
de Dios. Sobre otros se extiende una tristeza que ningún bálsamo
ni médico terrenal puede curar; oremos por ellos, y llevémoslos a
Jesús
Nuestro deber para con los pobres en la iglesia
Dos clases de pobres hay siempre entre nosotros: los que se
arruinan por su propia conducta independiente, y continúan en su
transgresión, y los que por amor de la verdad han sido puestos en
estrecheces. Debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros
mismos, y si lo hacemos obraremos correctamente con ambas clases
bajo la dirección y el consejo de la sana prudencia.
No cabe la menor duda acerca de los pobres del Señor. Se les
debe ayudar en todos los casos en que ello sea para su beneficio.
Dios quiere que su pueblo revele a un mundo pecaminoso que no
lo ha dejado perecer. Debemos esmerarnos en ayudar a aquellos que
[516]