Página 417 - Consejos para la Iglesia (1991)

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La oración por los enfermos
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dición para sí mismos y para el mundo. Esto es una razón para que,
al presentarle encarecidamente a Dios nuestras peticiones, debamos
decirle: “Pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.
Lucas 22:42
.
Jesús añadió estas palabras de sumisión a la sabiduría y voluntad
de Dios cuando en el huerto de Getsemaní rogaba: “Padre mío, si
es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero sino
como tú”.
Mateo 26:39
. Y si estas palabras eran apropiadas para
el Hijo de Dios, ¡cuánto más lo serán en labios de falibles y finitos
mortales!
Lo que conviene es encomendar nuestros deseos al sapientísimo
Padre celestial, y después, depositar en él toda nuestra confianza.
Sabemos que Dios nos oye si le pedimos conforme a su voluntad,
pero el importunarle sin espíritu de sumisión no está bien; nuestras
oraciones no han de revestir forma de mandato, sino de intercesión.
Hay casos en que Dios obra con toda decisión con su poder
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divino en la restauración de la salud. Pero no todos los enfermos
curan. A muchos se les deja dormir en Jesús. A Juan, en la isla de
Patmos, se le mandó que escribiera: “Bienaventurados de aquí en
adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu,
descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen”.
Apocalipsis 14:13
. De esto se desprende que aunque haya quienes
no recobren la salud no hay que considerarlos faltos de fe.
Todos deseamos respuestas inmediatas y directas a nuestras ora-
ciones, y estamos dispuestos a desalentarnos cuando la contestación
tarda, o cuando llega en forma que no esperábamos. Pero Dios es
demasiado sabio y bueno para contestar siempre a nuestras oraciones
en el plazo exacto y en la forma precisa que deseamos. El quiere
hacer en nuestro favor algo más y mejor que el cumplimiento de
todos nuestros deseos. Y por el hecho de que podemos confiar en
su sabiduría y amor, no debemos pedirle que ceda a nuestra volun-
tad, sino procurar comprender su propósito y realizarlo. Nuestros
deseos e intereses deben perderse en su voluntad. Los sucesos que
prueban nuestra fe son para nuestro bien, pues denotan si nuestra fe
es verdadera y sincera, y si descansa en la Palabra de Dios sola, o
si, dependiente de las circunstancias, es incierta y variable. La fe se
fortalece por el ejercicio. Debemos dejar que la paciencia perfeccio-
ne su obra, recordando que hay preciosas promesas en las Escrituras
para los que esperan en el Señor.