Página 43 - Consejos para la Iglesia (1991)

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El don profético y Elena G. de White
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La visión que no pudo contarse
Elena G. de White se puso muy enferma durante una serie de
reuniones realizadas en Salamanca, Nueva York, en noviembre de
1890, cuando dirigía la palabra a grandes auditorios, debido a un
serio resfrío que la atacó mientras viajaba hacia esa ciudad. Después
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de una de las reuniones, salió para su pieza desanimada y enferma.
Estaba pensando en abrir su alma a Dios y pedirle misericordia,
fuerza y salud. Se arrodilló junto a su silla y narró luego en sus
propias palabras lo que sucedió, dijo:
“No había pronunciado ni una sola palabra cuando toda la pieza
parecía llena de una suave luz plateada y toda mi carga de desaliento
y dolor desapareció. Me sentí embargada de consuelo, esperanza y
la paz de Cristo”
Y entonces se le dio una visión. Después de la visión no sin-
tió necesidad de dormir ni de descansar. Estaba sana y se sentía
descansada.
A la mañana siguiente había que llegar a una decisión. ¿Podía
dirigirse a la ciudad donde se celebrarían las siguientes reuniones
o debía regresar a Battle Creek? El pastor A. T. Robinson, quien
estaba al frente de la obra, y Guillermo White, hijo de Elena G.
de White, llamaron a su pieza para saber su respuesta. La hallaron
sana y vestida. Estaba lista para salir. Les contó cómo había sido
sanada. Les contó también acerca de la visión. Les dijo: “Quiero
relatarles lo que me fue revelado anoche. En la visión me pareció
estar en Battle Creek y el ángel mensajero me dijo: ‘sígueme’”. Y
entonces vaciló. La escena había desaparecido de su mente. Dos
veces intentó contarla pero no pudo acordarse de lo que se le había
mostrado. En los días siguientes escribió acerca de lo que se le había
mostrado. Se relacionaba con planes que se estaban haciendo para
nuestra revista sobre libertad religiosa que en ese tiempo se llamaba
American Sentinel.
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“En una reunión nocturna yo estaba presente en varias delibe-
raciones, y oí palabras repetidas por hombres de influencia, en el
sentido de que la revista
American Sentinel
debía suprimir la frase
‘adventistas del séptimo día’ de sus columnas, y no debía escribirse
nada acerca del sábado, pues de esa manera los hombres importantes