El don profético y Elena G. de White
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llave la puerta y todos estuvieron de acuerdo en no abrir la puerta
hasta que se resolviera el asunto.
Un poquito antes de las 3 de la mañana del domingo, la reunión
terminó en un estancamiento, con la declaración de parte de los
hombres de Libertad Religiosa de que a menos que la Pacific Press
accediera a sus demandas y quitara las expresiones “adventista del
Séptimo Día” y “el sábado” de las páginas de la revista, ellos no la
usarían como el órgano de la Asociación de Libertad Religiosa. Eso
significaba poner fin a la revista. Entonces abrieron la puerta y los
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hombres se dirigieron a sus piezas para dormir.
Pero Dios, quien nunca duerme ni dormita, envió su ángel men-
sajero a la pieza de Elena G. de White a las 3 de la mañana. Fue
despertada de su sueño y se le dijo que debía ir a la reunión de
obreros a las 5:30 de la mañana, y allí debía presentar lo que le había
sido mostrado en Salamanca. Se vistió, fue al armario, y tomó de él
el diario en el que había registrado lo que se le mostró. Al aparecer
la escena más claramente en su mente, escribió algo más al respecto.
Estaban justamente levantándose de la oración en el tabernáculo
cuando se vio entrar por la puerta a Elena G. de White con un paquete
de manuscritos bajo su brazo. El presidente de la Asociación General
era el orador, y se dirigió a ella.
“Hermana White”, le dijo, “estamos contentos de verla”, ¿tiene
un mensaje para nosotros?”
“Ciertamente”, dijo ella, y pasó al frente. Entonces empezó exac-
tamente donde había dejado de hablar el día anterior. Les dijo que
esa mañana había sido despertada a las 3 y que se le había ordenado
que fuera a la reunión de obreros a las 5:30 para presentar allí lo que
se le reveló en Salamanca.
“En la visión”, dijo, “me parecía estar en Battle Creek. Fui lle-
vada a la oficina de la Review and Herald y el ángel mensajero me
ordenó: ‘Sígueme’. Fui llevada a una pieza donde un grupo de hom-
bres discutían acaloradamente un asunto. Había un celo manifiesto,
pero un celo sin sabiduría”. Contó como estaban discutiendo en
cuanto al plan editorial que debía seguirse con el
American Sentinel
,
y dijo: “Vi a uno de los hombres tomar una copia del
Sentinel
, levan-
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tarlo en alto sobre su cabeza y decir: ‘A menos que estos artículos
sobre el sábado y el segundo advenimiento se quiten de esta revista,
no la podremos usar más como órgano de la Asociación de Libertad