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Consejos para la Iglesia
La iglesia remanente
La visión de Zacarías con referencia a Josué y el ángel se aplica
con fuerza peculiar a la experiencia del pueblo de Dios durante la
terminación del gran día de expiación. La iglesia remanente será
puesta en grave prueba y angustia. Los que guardan los manda-
mientos de Dios y la fe de Jesús sentirán la ira del dragón y de
su hueste. Satanás considera a los habitantes del mundo súbditos
suyos; ha obtenido el dominio de las iglesias apóstatas; pero ahí
está ese pequeño grupo que resiste su supremacía. Si él pudiese
borrarlo de la tierra, su triunfo sería completo. Así como influyó en
las naciones paganas para que destruyesen a Israel, pronto incitará
a las potestades malignas de la tierra a destruir al pueblo de Dios.
Todo lo que se requerirá será que se rinda obediencia a los edictos
humanos en violación de la ley divina. Los que quieran ser fieles a
Dios y al deber serán amenazados, denunciados y proscritos. Serán
traicionados por “padres, y hermanos, y parientes, y amigos”.
Lucas
21:16
.
Su única esperanza se cifra en la misericordia de Dios; su única
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defensa será la oración. Como Josué intercedía delante del ángel, la
iglesia remanente, con corazón quebrantado y fe ferviente, suplicará
perdón y liberación por medio de Jesús su Abogado. Sus miembros
serán completamente conscientes del carácter pecaminoso de sus
vidas, verán su debilidad e indignidad, y mientras se miren a sí mis-
mos, estarán por desesperar. El tentador estará listo para acusarlos,
como estaba listo para resistir a Josué. Señalará sus vestiduras su-
cias, su carácter deficiente. Presentará su debilidad e insensatez, su
pecado de ingratitud, cuán poco semejantes a Cristo son, lo cual
ha deshonrado a su Redentor. Se esforzará para espantar las almas
con el pensamiento de que su caso es desesperado, de que nunca se
podrá lavar la mancha de su contaminación. Esperará destruir de tal
manera su fe que se entreguen a sus tentaciones, se desvíen de su
fidelidad a Dios, y reciban la marca de la bestia.
Satanás insiste delante de Dios en sus acusaciones contra ellos,
declara que por sus pecados han perdido el derecho a la protección
divina y reclama el derecho de destruirlos como transgresores. Los
declara tan merecedores como él mismo de ser excluidos del favor
de Dios. “¿Son éstos—dice—, los que han de tomar mi lugar en el