Página 58 - Consejos para la Iglesia (1991)

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Capítulo 2—El tiempo del fin
Estamos viviendo en el tiempo del fin. El presto cumplimiento
de las señales de los tiempos proclama la inminencia de la venida
de nuestro Señor. La época en que vivimos es importante y solemne.
El Espíritu de Dios se está retirando gradual pero ciertamente de la
tierra. Ya están cayendo juicios y plagas sobre los que menosprecian
la gracia de Dios. Las calamidades en tierra y mar, la inestabilidad
social, las amenazas de guerra, como portentosos presagios, anuncian
la proximidad de acontecimientos de la mayor gravedad.
Las agencias del mal se coligan y acrecen sus fuerzas para la
gran crisis final. Grandes cambios están a punto de producirse en el
mundo, y los movimientos finales serán rápidos.
El estado actual de las cosas muestra que tiempos de perturbación
están por caer sobre nosotros. Los diarios están llenos de alusiones
referentes a algún formidable conflicto que debe estallar dentro de
poco. Son siempre más frecuentes los audaces atentados contra la
propiedad. Las huelgas se han vuelto asunto común. Los robos y
los homicidios se multiplican. Hombres dominados por espíritus de
demonios quitan la vida a hombres, mujeres y niños. El vicio seduce
a los seres humanos y prevalece el mal en todas sus formas.
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El enemigo ha alcanzado a pervertir la justicia y a llenar los
corazones de un deseo de ganancias egoístas. “La justicia se puso
lejos: porque la verdad tropezó en la plaza, y la equidad no pudo
venir”.
Isaías 59:14
. Las grandes ciudades contienen multitudes in-
digentes, privadas casi por completo de alimentos, ropas y albergue,
entretanto que en las mismas ciudades se encuentran personas que
tienen más de lo que el corazón puede desear, que viven en el lujo,
gastando su dinero en casas lujosamente amuebladas y el adorno
de sus personas, o lo que es peor aún, en golosinas, licores, taba-
co y otras cosas que tienden a destruir las facultades intelectuales,
perturban la mente y degradan el alma. Los gritos de las multitudes
que mueren de inanición suben a Dios, mientras algunos hombres
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