Página 77 - Consejos para la Iglesia (1991)

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La vida santificada
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del sentimiento religioso, Jesús no puede morar en el corazón que
desobedece la ley divina. Dios honrará a aquellos que lo honran
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Cuando Pablo escribió: “Y el Dios de paz os santifique en todo”
(
1 Tesalonicenses 5:23
), no exhortó a sus hermanos a proponerse
una norma que les fuese imposible alcanzar; no oró porque ellos
obtuvieran bendiciones que no fuera la voluntad de Dios conceder.
El sabía que todos los que deseen estar listos para encontrar a Cristo
en paz deben poseer un carácter puro y santo. Véase
1 Corintios
9:25-27
;
6:19, 20
.
El verdadero principio cristiano no se detiene a pesar las conse-
cuencias. No pregunta: ¿Qué pensará la gente de mí si hago esto?
¿O cómo afectará esto mis perspectivas mundanas si lo hago? Con
el más intenso anhelo, los hijos de Dios desean saber lo que el Señor
quiere que hagan, para que sus obras lo glorifiquen. Dios ha hecho
amplia provisión para que los corazones y las vidas de todos sus
seguidores puedan ser dominados por su divina gracia, a fin de que
sean una luz ardiente y brillante en el mundo
Las evidencias de la santificación
Nuestro Salvador era la luz del mundo; pero el mundo no lo
conoció. Estaba constantemente ocupado en obras de misericordia,
proyectando luz sobre la senda de todos; sin embargo no pidió a
aquellos con los cuales se relacionaba que contemplaran su virtud
inigualable, su abnegación, su espíritu de sacrificio y su benevo-
lencia. Los judíos no admiraban una vida tal. Ellos consideraban
su religión sin valor, porque no estaba de acuerdo con su norma
de piedad; decidieron que Cristo no era religioso en espíritu o en
carácter; porque la religión de ellos consistía en ostentación, en orar
en público y en hacer obras de caridad por causa del efecto... El más
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precioso fruto de la santificación es la gracia de la mansedumbre.
Cuando esta gracia preside en el alma, la disposición es modelada
por su influencia. Hay un constante esperar en Dios, y una sumisión
a la voluntad divina.
La abnegación, el sacrificio propio, la benevolencia, la bondad,
el amor, la paciencia, la fortaleza y la confianza cristiana son los
frutos cotidianos que llevan aquellos que están realmente vinculados
con Dios. Sus actos pueden no ser publicados al mundo, pero ellos