La vida santificada
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Las grandes verdades reveladas por el Redentor del mundo, son
para aquellos que investigan la verdad para encontrar los tesoros
escondidos. Daniel era un hombre de edad. Su vida había transcurri-
do entre las fascinaciones de una corte pagana, y su mente estaba
ocupada con los asuntos de estado de un gran imperio. Sin embar-
go, él se aparta de todas estas cosas para afligir su alma delante de
Dios y buscar una comprensión de los propósitos del Altísimo. Y en
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respuesta a sus súplicas, se le envía luz desde los atrios celestiales,
destinada a los que vivieran en los días finales. ¡Con qué fervor, pues,
debiéramos buscar a Dios, a fin de que él abra nuestro entendimiento
para comprender las verdades que nos fueron traídas del cielo!
Daniel era un siervo devoto del Altísimo. Su larga vida estuvo
llena de nobles hechos de servicio por su Maestro. Su pureza de
carácter y su inalterable fidelidad son igualadas por su humildad
de corazón y su contrición delante de Dios. Repetimos, la vida de
Daniel es una ilustración inspirada de la verdadera santificación
Dios prueba a aquellos a quienes estima
El hecho de que somos llamados a soportar pruebas demuestra
que el Señor Jesús ve en nosotros algo muy precioso, que desea
desarrollar. Si no viese en nosotros algo que puede glorificar su
nombre, no dedicaría tiempo a refinarnos. No nos esmeramos en
podar zarzas. Cristo no arroja a su horno piedras sin valor. Lo que él
purifica es mineral valioso
A los hombres a quienes Dios destina para ocupar puestos de
responsabilidad, él les revela en su misericordia sus defectos ocultos,
a fin de que puedan mirar su interior y examinar con ojo crítico las
complicadas emociones y manifestaciones de su propio corazón, y
notar lo que es malo, para que puedan modificar su disposición y
refinar sus modales. En su providencia, el Señor pone a los hombres
donde él pueda probar sus facultades morales y revelar sus motivos,
a fin de que puedan mejorar lo que es bueno en ellos y apartar lo
malo. Dios quiere que sus siervos se familiaricen con el mecanismo
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moral de su propio corazón. A fin de lograrlo, permite con frecuencia
que el fuego de la aflicción los asalte para que se purifiquen. “¿Y
quién podrá soportar el tiempo de su venida? o ¿quién podrá estar en
pie cuando él se manifieste? Porque él es como fuego purificador, y