Página 83 - Consejos para la Iglesia (1991)

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La vida santificada
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aun estas pruebas pueden ser soportadas con paciencia. Jesús no
está en la tumba nueva de José. Resucitó y ascendió al cielo, para
interceder allí en nuestro favor. Tenemos un Salvador que nos amó
de tal manera que murió por nosotros, a fin de que por él pudiésemos
tener esperanza, fuerza y valor, y un lugar con él en su trono. El
puede y quiere ayudarnos cuando le invoquemos.
¿Siente usted su insuficiencia para el puesto de confianza que
ocupa? Gracias a Dios por esto. Cuanto más sienta usted su debili-
dad, tanto más inclinado estará a buscar un auxiliador. “Acercaos a
Dios y él se acercará a vosotros”.
Santiago 4:8
. Jesús quiere que us-
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ted sea feliz y alegre. Quiere que usted haga lo mejor que puede, con
la capacidad que Dios le ha dado, y luego confíe en que el Señor le
ayudará, y suscitará quienes le habrán de ayudar a llevar las cargas.
No permita que le hagan daño las palabras duras de los hombres.
¿No dijeron los hombres cosas duras acerca de Jesús? Usted yerra,
y a veces puede dar ocasión a que se hagan declaraciones incle-
mentes, cosa que nunca hizo Jesús. El era puro, inmaculado y sin
contaminación. No espere usted mejor suerte en esta vida que la que
tuvo el Príncipe de gloria. Cuando sus enemigos vean que pueden
hacerle daño, se regocijarán, y Satanás también. Mire a Jesús, y
trabaje sinceramente para su gloria. Mantenga su corazón en el amor
de Dios
Los sentimientos solos no son una indicación de santificación
Los sentimientos felices o la ausencia de gozo no es evidencia
ninguna de que una persona está o no está santificada. No existe
tal cosa como santificación instantánea. La verdadera santificación
es una obra diaria, que continúa por toda la vida. Los que están lu-
chando con tentaciones cotidianas, venciendo sus propias tendencias
pecaminosas, y buscando la santificación del corazón y la vida, no
realizan ninguna pretensión ostentosa de santidad. Tienen hambre y
sed de justicia. El pecado les parece excesivamente pecaminoso
El arrepentimiento, tanto como el perdón, es el don de Dios
mediante Cristo. Mediante la influencia del Espíritu Santo somos
convencidos de pecado y sentimos nuestra necesidad de perdón. Sólo
los contritos son perdonados, pero es la gracia de Dios la que hace
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