dominio del apetito
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el descanso que por mucho tiempo ha necesitado, y el hambre ver-
dadera puede ser satisfecha con un régimen sencillo. Se requerirá
tiempo para que el gusto se recupere de los abusos que ha recibido,
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y para obtener de nuevo su tono natural. Pero la perseverancia en
una conducta de negación propia en materia de comida y bebida
pronto hará sabroso un régimen sencillo y sano, y pronto éste será
consumido con mayor satisfacción de lo que un sibarita goza de sus
bocados exquisitos.
El estómago no está afiebrado con la carne, ni está abrumado,
sino que se halla en una condición saludable, y puede realizar con
rapidez su tarea. No debe haber demora en la reforma. Deben ha-
cerse esfuerzos para preservar cuidadosamente las fuerzas restantes
de las energías vitales, deshaciéndose de toda carga abrumadora.
El estómago no podrá nunca recuperar plenamente su salud, pero
la debida clase de alimento evitará mayor debilidad, y muchos se
recuperarán más o menos, a menos que hayan ido demasiado lejos
en la glotonería suicida.
Los que se permiten llegar a ser esclavos de un apetito glotón, a
menudo van todavía más allá, y se rebajan a sí mismos complaciendo
sus corruptas pasiones, que han sido excitadas por la intemperancia
en el comer y beber. Dan rienda suelta a sus pasiones degradantes,
hasta que la salud y el intelecto sufren grandemente. La facultad de
razonar es destruida en gran medida por los hábitos.
El efecto de la complacencia física, mental y moral
246. Muchos estudiantes son deplorablemente ignorantes del
hecho de que el régimen alimenticio ejerce una poderosa influencia
sobre la salud. Algunos nunca han realizado un esfuerzo determina-
do para gobernar su apetito, o para observar las debidas reglas con
respecto al régimen. Comen demasiado, en las horas regulares, y al-
gunos comen entre horas cuando quiera que se presente la tentación.
Si los que profesan ser cristianos desean resolver la pregunta que
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tanta perplejidad les causa, de por qué sus mentes son lentas, por
qué sus aspiraciones religiosas son tan débiles, no necesitan, en mu-
chos casos, ir más lejos que la mesa; aquí hay una causa suficiente,
aunque no hubiere ninguna otra.