Las carnes (continuación de “las proteínas”)
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en público y en privado, de modo que nunca revistió carácter perma-
nente.
Al establecerse en Canaán, se permitió a los israelitas que consu-
mieran alimento de origen animal, pero bajo prudentes restricciones
encaminadas a mitigar los malos resultados. El uso de la carne de
cerdo quedaba prohibido, como también el de la de otros anima-
les, de ciertas aves y de ciertos peces, declarados inmundos. De
los animales declarados comestibles, la grasa y la sangre quedaban
absolutamente proscritas.
Sólo podían consumirse las reses sanas. Ningún animal desga-
rrado, mortecino, o que no hubiera sido cuidadosamente desangrado,
podía servir de alimento.
Por haberse apartado del plan señalado por Dios en el plan de
alimentación, los israelitas sufrieron graves perjuicios. Desearon
comer carne y cosecharon los resultados. No alcanzaron el ideal de
carácter que Dios les señalara ni cumplieron los designios divinos.
El Señor “les dio lo que pidieron; mas envió flaqueza en sus almas”
Salmos 106:15
, VM. Preferían lo terrenal a lo espiritual, y no alcan-
zaron la sagrada preeminencia a la cual Dios se había propuesto que
llegasen.—
El Ministerio de Curación, 240, 241
.
El régimen sin carne ha de modificar el temperamento
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642. El Señor le dijo claramente a su pueblo que recibiría todo
tipo de bendición si guardaba sus mandamientos, y era un pueblo
peculiar. Amonestó a sus hijos por medio de Moisés en el desierto,
especificando que la salud sería la recompensa de la obediencia. El
estado de la mente tiene que ver mayormente con la salud del cuerpo,
y en forma especial con la salud de los órganos digestivos. Por lo ge-
neral, el Señor no proveyó para su pueblo alimentos a base de carne
en el desierto, porque sabía que el uso de ese régimen crearía enfer-
medad e insubordinación. A fin de modificar la disposición, y con el
propósito de poner en activo ejercicio las facultades más elevadas de
la mente, quitó de ellos la carne de los animales muertos. Les dio,
en cambio, alimento de ángeles, maná del cielo.—
Manuscrito 38,
1898
.