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Consejos Sobre el Régimen Alimenticio
Rebelión y castigo
643. Dios continuó alimentando a la hueste de los hebreos con
el pan que llovía del cielo; pero ellos no estaban satisfechos. Su
apetito depravado exigía imperiosamente carne, que Dios en su
sabiduría no les había provisto... Satanás, el autor de la enfermedad
y la aflicción, se acercará al pueblo de Dios por donde pueda tener
mayor éxito. El ha controlado el apetito en gran medida, desde el
tiempo en que logró el éxito en el experimento que hizo con Eva, al
inducirla a comer de la fruta prohibida. El primeramente se dirigió
con sus tentaciones a la multitud mixta, a los egipcios creyentes, y
los indujo a quejarse sediciosamente. No querían contentarse ellos
con los alimentos saludables que Dios les había provisto. Su apetito
depravado exigía una mayor variedad, especialmente carne.
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Este descontento pronto infectó casi la totalidad del pueblo. Al
comienzo, Dios no complació su apetito pecaminoso, sino que hizo
que sus juicios cayeran sobre ellos, y consumió a los más culpables
por medio de rayos procedentes del cielo. Este castigo, en lugar
de humillarlos, al parecer tan sólo aumentó sus quejas. Cuando
Moisés oyó que el pueblo lloraba a la puerta de sus tiendas, y que se
quejaba por sus familias, quedó muy disgustado. Presentó delante
del Señor las dificultades de esta situación, y el espíritu revoltoso de
los israelitas, y la posición en la cual Dios lo había colocado ante el
pueblo: la de un padre protector, quien debía sentir en carne propia
los sufrimientos del pueblo...
El Señor indicó a Moisés que reuniera delante de él a setenta
ancianos, que él identificara como ancianos del pueblo. No debían
ser solamente personas de edad avanzada, sino hombres de dignidad,
sano juicio y experiencia, que estuvieran calificados para ser jueces u
oficiales. “Y tráelos a la puerta del tabernáculo de reunión, y esperen
allí contigo. Y yo descenderé y hablaré allí contigo, y tomaré del
espíritu que está en ti, y pondré en ellos; y llevarán contigo la carga
del pueblo, y no la llevarás tú solo.
“Pero al pueblo dirás: Santificaos para mañana, y comeréis carne;
porque habéis llorado en oídos de Jehová, diciendo: ¡Quién nos diera
a comer carne! ¡Ciertamente mejor nos iba en Egipto! Jehová, pues,
os dará carne, y comeréis. No comeréis un día, ni dos días, ni cinco
días, ni diez días, ni veinte días, sino hasta un mes entero, hasta que