Página 100 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
con un corazón más firme en el conocimiento y en el amor de su
ley”.
Bonnechose 2:162, 163
.
En otra carta que escribió a un sacerdote que se había converti-
do al evangelio, Hus habló con profunda humildad de sus propios
errores, acusándose “de haber sido afecto a llevar hermosos trajes y
de haber perdido mucho tiempo en cosas frívolas”. Añadía después
estas conmovedoras amonestaciones: “Que tu espíritu se preocupe
de la gloria de Dios y de la salvación de las almas y no de las co-
modidades y bienes temporales. Cuida de no adornar tu casa más
que tu alma; y sobre todo cuida del edificio espiritual. Sé humilde y
piadoso con los pobres; no gastes tu hacienda en banquetes; si no
te perfeccionas y no te abstienes de superfluidades temo que seas
severamente castigado, como yo lo soy [...]. Conoces mi doctrina
porque de ella te he instruido desde que eras niño; es inútil, pues, que
te escriba más. Pero te ruego encarecidamente, por la misericordia
de nuestro Señor, que no me imites en ninguna de las vanidades en
que me has visto caer”. En la cubierta de la carta, añadió: “Te ruego
mucho, amigo mío, que no rompas este sello sino cuando tengas la
seguridad de que yo haya muerto”.
Ibíd., 163, 164
.
En el curso de su viaje vio Hus por todas partes señales de la
propagación de sus doctrinas y de la buena acogida de que gozaba su
causa. Las gentes se agolpaban para ir a su encuentro, y en algunos
pueblos le acompañaban los magistrados por las calles.
Al llegar a Constanza, Hus fue dejado en completa libertad. Ade-
más del salvoconducto del emperador, se le dio una garantía personal
que le aseguraba la protección del papa. Pero esas solemnes y repe-
tidas promesas de seguridad fueron violadas, y pronto el reformador
fue arrestado por orden del pontífice y de los cardenales, y encerrado
en un inmundo calabozo. Más tarde fue transferido a un castillo
feudal, al otro lado del Rin, donde se le tuvo preso. Pero el papa
sacó poco provecho de su perfidia, pues fue luego encerrado en la
misma cárcel.
Ibíd., 269
. Se le probó ante el concilio que, además
de homicidios, simonía y adulterio, era culpable de los delitos más
viles, “pecados que no se pueden mencionar”. Así declaró el mis-
mo concilio y finalmente se le despojó de la tiara y se le arrojó en
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un calabozo. Los antipapas fueron destituidos también y un nuevo
pontífice fue elegido.