Página 102 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
el evangelio, vio al papa y a sus obispos borrando los cuadros de
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Cristo que él había pintado en sus paredes. “Este sueño le aflige;
pero el día siguiente ve muchos pintores ocupados en restablecer
las imágenes en mayor número y colores más brillantes. Concluido
este trabajo, los pintores, rodeados de un gentío inmenso, exclaman:
‘¡Que vengan ahora papas y obispos! ya no las borrarán jamás’”.
Al referir el reformador su sueño añadió: “Tengo por cierto, que
la imagen de Cristo no será borrada jamás. Ellos han querido des-
truirla; pero será nuevamente pintada en los corazones, por unos
predicadores que valdrán más que yo” (D’Aubigné, lib. 1, cap. 7).
Por última vez fue llevado Hus ante el concilio. Era esta una
asamblea numerosa y deslumbradora: el emperador, los príncipes
del imperio, delegados reales, cardenales, obispos y sacerdotes, y
una inmensa multitud de personas que habían acudido a presenciar
los acontecimientos del día. De todas partes de la cristiandad se
habían reunido los testigos de este gran sacrificio, el primero en la
larga lucha entablada para asegurar la libertad de conciencia.
Instado Hus para que manifestara su decisión final, declaró que
se negaba a abjurar, y fijando su penetrante mirada en el monarca que
tan vergonzosamente violara la palabra empeñada, dijo: “Resolví,
de mi propia y espontánea libertad, comparecer ante este concilio,
bajo la fe y la protección pública del emperador aquí presente”.
Bonnechose 3:94
. El bochorno se le subió a la cara al monarca
Segismundo al fijarse en él las miradas de todos los circunstantes.
Habiendo sido pronunciada la sentencia, se dio principio a la
ceremonia de la degradación. Los obispos vistieron a su prisionero
el hábito sacerdotal, y al recibir este la vestidura dijo: “A nuestro
Señor Jesucristo se le vistió con una túnica blanca con el fin de insul-
tarle, cuando Herodes le envió a Pilato”.
Ibíd., 95, 96
. Habiéndosele
exhortado otra vez a que se retractara, replicó mirando al pueblo: “Y
entonces, ¿con qué cara me presentaría en el cielo? ¿cómo miraría
a las multitudes de hombres a quienes he predicado el evangelio
puro? No; estimo su salvación más que este pobre cuerpo destinado
ya a morir”. Las vestiduras le fueron quitadas una por una, pronun-
ciando cada obispo una maldición cuando le tocaba tomar parte en
la ceremonia. Por último, “colocaron sobre su cabeza una gorra o
mitra de papel en forma de pirámide, en la que estaban pintadas
horribles figuras de demonios, y en cuyo frente se destacaba esta