Página 103 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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Dos héroes de la edad media
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inscripción: ‘El archihereje’. ‘Con gozo—dijo Hus—llevaré por ti
esta corona de oprobio, oh Jesús, que llevaste por mí una de espi-
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nas”. Acto continuo, “los prelados dijeron: ‘Ahora dedicamos tu
alma al diablo’. ‘Y yo—dijo Hus, levantando sus ojos al cielo—en
tus manos encomiendo mi espíritu, oh Señor Jesús, porque tú me
redimiste’” (Wylie, lib. 3, cap. 7).
Fue luego entregado a las autoridades seculares y conducido al
lugar de la ejecución. Iba seguido por inmensa procesión forma-
da por centenares de hombres armados, sacerdotes y obispos que
lucían sus ricas vestiduras, y por el pueblo de Constanza. Cuando
lo sujetaron a la estaca y todo estuvo dispuesto para encender la
hoguera, se instó una vez más al mártir a que se salvara retractándose
de sus errores. “¿A cuáles errores—dijo Hus—debo renunciar? De
ninguno me encuentro culpable. Tomo a Dios por testigo de que
todo lo que he escrito y predicado ha sido con el fin de rescatar a las
almas del pecado y de la perdición; y, por consiguiente, con el mayor
gozo confirmaré con mi sangre aquella verdad que he anunciado
por escrito y de viva voz” (
ibíd
.). Cuando las llamas comenzaron a
arder en torno suyo, principió a cantar: “Jesús, Hijo de David, ten
misericordia de mí”, y continuó hasta que su voz enmudeció para
siempre.
Sus mismos enemigos se conmovieron frente a tan heroica con-
ducta. Un celoso partidario del papa, al referir el martirio de Hus
y de Jerónimo que murió poco después, dijo: “Ambos se portaron
como valientes al aproximarse su última hora. Se prepararon para
ir a la hoguera como se hubieran preparado para ir a una boda; no
dejaron oír un grito de dolor. Cuando subieron las llamas, entonaron
himnos y apenas podía la vehemencia del fuego acallar sus cantos”
(
ibíd
.).
Cuando el cuerpo de Hus fue consumido por completo, reco-
gieron sus cenizas, las mezclaron con la tierra donde yacían y las
arrojaron al Rin, que las llevó hasta el océano. Sus perseguidores
se figuraban en vano que habían arrancado de raíz las verdades que
predicara. No soñaron que las cenizas que echaban al mar eran como
semilla esparcida en todos los países del mundo, y que en tierras
aún desconocidas darían mucho fruto en testimonio por la verdad.
La voz que había hablado en la sala del concilio de Constanza ha-
bía despertado ecos que resonarían al través de las edades futuras.