Página 105 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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Dos héroes de la edad media
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separado de sus amigos y herido en el alma por la muerte de Hus, el
ánimo de Jerónimo decayó y consintió en someterse al concilio. Se
comprometió a adherirse a la fe católica y aceptó el auto de la asam-
blea que condenaba las doctrinas de Wiclef y de Hus, exceptuando,
sin embargo, las “santas verdades” que ellos enseñaron.
Ibíd., 3:156
.
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Por medio de semejante expediente Jerónimo trató de acallar
la voz de su conciencia y librarse de la condena; pero, vuelto al
calabozo, a solas consigo mismo percibió la magnitud de su acto.
Comparó el valor y la fidelidad de Hus con su propia retractación.
Pensó en el divino Maestro a quien él se había propuesto servir y que
por causa suya sufrió la muerte en la cruz. Antes de su retractación
había hallado consuelo en medio de sus sufrimientos, seguro del
favor de Dios; pero ahora, el remordimiento y la duda torturaban
su alma. Harto sabía que tendría que hacer otras retractaciones
para vivir en paz con Roma. El sendero que empezaba a recorrer le
llevaría infaliblemente a una completa apostasía. Resolvió no volver
a negar al Señor para librarse de un breve plazo de padecimientos.
Pronto fue llevado otra vez ante el concilio, pues sus declara-
ciones no habían dejado satisfechos a los jueces. La sed de sangre
despertada por la muerte de Hus, reclamaba nuevas víctimas. Solo
la completa abjuración podía salvar de la muerte al reformador. Pero
este
había resuelto confesar su fe y seguir hasta la hoguera a su
hermano mártir.
Desvirtuó su anterior retractación, y a punto de morir, exigió que
se le diera oportunidad para defenderse. Temiendo los prelados el
efecto de sus palabras, insistieron en que él se limitara a afirmar
o negar lo bien fundado de los cargos que se le hacían. Jerónimo
protestó contra tamaña crueldad e injusticia. “Me habéis tenido
encerrado—dijo—, durante trescientos cuarenta días, en una prisión
horrible, en medio de inmundicias, en un sitio malsano y pestilente,
y falto de todo en absoluto. Me traéis hoy ante vuestra presencia y
tras de haber prestado oídos a mis acérrimos enemigos, os negáis
a oírme [...]. Si en verdad sois sabios, y si sois la luz del mundo,
cuidaos de pecar contra la justicia. En cuanto a mí, no soy más que
un débil mortal; mi vida es de poca importancia, y cuando os exhorto
a no dar una sentencia injusta, hablo más por vosotros que por mí”.
Ibíd., 162, 163
.