Página 111 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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Dos héroes de la edad media
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que, aparentando conceder a los bohemios libertad de conciencia,
los entregaba al poder de Roma. Los bohemios habían especificado
cuatro puntos como condición para hacer la paz con Roma, a saber:
La predicación libre de la Biblia; el derecho de toda la iglesia a
participar de los elementos del pan y vino en la comunión, y el uso
de su idioma nativo en el culto divino; la exclusión del clero de los
cargos y autoridad seculares; y en casos de crímenes, su sumisión a
la jurisdicción de las cortes civiles que tendrían acción sobre clérigos
y laicos. Al fin, las autoridades papales “convinieron en aceptar los
cuatro artículos de los husitas, pero estipularon que el derecho de
explicarlos, es decir, de determinar su exacto significado, pertenecía
al concilio o, en otras palabras, al papa y al emperador” (Wylie,
lib. 3, cap. 18). Sobre estas bases se ajustó el tratado y Roma ganó
por medio de disimulos y fraudes lo que no había podido ganar en
los campos de batalla; porque, imponiendo su propia interpretación
de los artículos de los husitas y de la Biblia, pudo adulterar su
significado y acomodarlo a sus propias miras.
En Bohemia, muchos, al ver así defraudada la libertad que ya
disfrutaban, no aceptaron el convenio. Surgieron disensiones y divi-
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siones que provocaron contiendas y derramamiento de sangre entre
ellos mismos. En esta lucha sucumbió el noble Procopio y con él
sucumbieron también las libertades de Bohemia.
Por aquel tiempo, Segismundo, el traidor de Hus y de Jerónimo,
llegó a ocupar el trono de Bohemia, y a pesar de su juramento de
respetar los derechos de los bohemios, procedió a imponerles el
papismo. Pero muy poco sacó con haberse puesto al servicio de
Roma. Por espacio de veinte años su vida no había sido más que un
cúmulo de trabajos y peligros. Sus ejércitos y sus tesoros se habían
agotado en larga e infructuosa contienda; y ahora, después de un año
de reinado murió dejando el reino en vísperas de la guerra civil y a
la posteridad un nombre manchado de infamia.
Continuaron mucho tiempo las contiendas y el derramamiento
de sangre. De nuevo los ejércitos extranjeros invadieron a Bohemia
y las luchas intestinas debilitaron y arruinaron a la nación. Los
que permanecieron fieles al evangelio fueron objeto de encarnizada
persecución.
En vista de que, al transigir con Roma, sus antiguos hermanos
habían aceptado sus errores, los que se adherían a la vieja fe se orga-