Página 137 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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Un campeón de la verdad
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llevar enfermo allá. Porque si el emperador me llama, no puedo
dudar que sea un llamamiento de Dios. Si quieren usar de violencia
contra mí, lo cual parece probable (puesto que no es para instruirse
por lo que me hacen comparecer), lo confío todo en manos del Señor.
Aún vive y reina el que conservó ilesos a los mancebos en el horno
ardiente. Si no me quiere salvar, poco vale mi vida. Impidamos
solamente que el evangelio sea expuesto al vilipendio de los impíos,
y derramemos nuestra sangre por él, para que no triunfen. ¿Será
acaso mi vida o mi muerte la que más contribuirá a la salvación de
todos? [...] Esperadlo todo de mí, menos la fuga y la retractación.
Huir, no puedo; y retractarme, mucho menos” (
ibíd
., lib. 7, cap. 1).
La noticia de que Lutero comparecería ante la dieta circuló en
Worms y despertó una agitación general. Aleandro a quien, como
legado del papa, se le había confiado el asunto de una manera espe-
cial, se alarmó y enfureció. Preveía que el resultado sería desastroso
para la causa del papado. Hacer investigaciones en un caso sobre el
cual el papa había dictado ya sentencia condenatoria, era tanto como
discutir la autoridad del soberano pontífice. Además de esto, temía
que los elocuentes y poderosos argumentos de este hombre apartasen
de la causa del papa a muchos de los príncipes. En consecuencia,
insistió mucho cerca de Carlos en que Lutero no compareciese en
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Worms. Por este mismo tiempo se publicó la bula de excomunión
contra Lutero, y esto, unido a las gestiones del legado, hizo ceder
al emperador, quien escribió al elector diciéndole que si Lutero no
quería retractarse debía quedarse en Wittenberg.
No bastaba este triunfo para Aleandro, el cual siguió intrigando
para conseguir también la condenación de Lutero. Con una tena-
cidad digna de mejor causa, insistía en presentar al reformador a
los príncipes, a los prelados y a varios miembros de la dieta, “como
sedicioso, rebelde, impío y blasfemo”. Pero la vehemencia y la pa-
sión de que daba pruebas el legado revelaban a las claras el espíritu
de que estaba animado. “Es la ira y el deseo de venganza lo que le
excita—decían—, y no el celo y la piedad” (
ibíd
.). La mayoría de
los miembros de la dieta estaban más dispuestos que nunca a ver
con benevolencia la causa del reformador y a inclinarse en su favor.
Con redoblado celo insistió Aleandro cerca del emperador para
que cumpliese su deber de ejecutar los edictos papales. Esto empero,
según las leyes de Alemania, no podía hacerse sin el consentimiento