Página 138 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
de los príncipes, y Carlos V, no pudiendo resistir a las instancias del
nuncio, le concedió que llevara el caso ante la dieta. “Fue este un
día de orgullo para el nuncio. La asamblea era grande y el negocio
era aún mayor. Aleandro iba a alegar en favor de Roma, [...] madre y
señora de todas las iglesias”. Iba a defender al primado de San Pedro
ante los principados de la cristiandad. “Tenía el don de la elocuencia,
y esta vez se elevó a la altura de la situación. Quiso la Providencia
que ante el tribunal más augusto Roma fuese defendida por el más
hábil de sus oradores, antes de ser condenada” (Wylie, lib. 6, cap.
4). Los que amparaban la causa de Lutero preveían de antemano, no
sin recelo, el efecto que produciría el discurso del legado. El elector
de Sajonia no se hallaba presente, pero por indicación suya habían
concurrido algunos de sus cancilleres para tomar nota del discurso
de Aleandro.
Con todo el poder de la instrucción y la elocuencia se propuso
Aleandro derrocar la verdad. Arrojó contra Lutero cargo sobre cargo
acusándole de ser enemigo de la iglesia y del estado, de vivos y
muertos, de clérigos y laicos, de concilios y cristianos en particular.
“Hay—dijo—en los errores de Lutero motivo para quemar a cien
mil herejes”.
En conclusión procuró vilipendiar a los adherentes de la fe re-
formada, diciendo: “¿Qué son todos estos luteranos? Un puñado de
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gramáticos insolentes, de sacerdotes enviciados, de frailes disolutos,
abogados ignorantes, nobles degradados y populacho pervertido y
seducido. ¡Cuánto más numeroso, más hábil, más poderoso es el
partido católico! Un decreto unánime de esta ilustre asamblea ilu-
minará a los sencillos, advertirá a los incautos, decidirá a los que
dudan, fortalecerá a los débiles” (D’Aubigné, lib. 7, cap. 3).
Estas son las armas que en todo tiempo han esgrimido los enemi-
gos de la verdad. Estos son los mismos argumentos que presentan
hoy los que sostienen el error, para combatir a los que propagan las
enseñanzas de la Palabra de Dios. “¿Quiénes son estos predicado-
res de nuevas doctrinas?, exclaman los que abogan por la religión
popular. Son indoctos, escasos en número, y los más pobres de la
sociedad. Y, con todo, pretenden tener la verdad y ser el pueblo
escogido de Dios. Son ignorantes que se han dejado engañar. ¡Cuán
superior es en número y en influencia nuestra iglesia! ¡Cuántos hom-
bres grandes e ilustrados hay entre nosotros! ¡Cuánto más grande es