Página 147 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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Un campeón de la verdad
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no se sentía capaz de hacerle frente. Temía que por su debilidad la
causa de la verdad se malograra. No suplicaba a Dios por su propia
seguridad, sino por el triunfo del evangelio. La angustia que sintiera
Israel en aquella lucha nocturna que sostuviera a orillas del arroyo
solitario, era la que él sentía en su alma. Y lo mismo que Israel,
Lutero prevaleció con Dios. En su desamparo su fe se cifró en Cristo
el poderoso libertador. Sintióse fortalecido con la plena seguridad de
que no comparecería solo ante el concilio. La paz volvió a su alma e
inundóse de gozo su corazón al pensar que iba a ensalzar a Cristo
ante los gobernantes de la nación.
Con el ánimo puesto en Dios se preparó Lutero para la lucha
que le aguardaba. Meditó un plan de defensa, examinó pasajes de
sus propios escritos y sacó pruebas de las Santas Escrituras para
sustentar sus proposiciones. Luego, colocando la mano izquierda
sobre la Biblia que estaba abierta delante de él, alzó la diestra hacia
el cielo y juró “permanecer fiel al evangelio, y confesar libremente
su fe, aunque tuviese que sellar su confesión con su sangre” (
ibíd
.).
Cuando fue llevado nuevamente ante la dieta, no revelaba su
semblante sombra alguna de temor ni de cortedad. Sereno y manso,
a la vez que valiente y digno, presentóse como testigo de Dios entre
los poderosos de la tierra. El canciller le exigió que dijese si se
retractaba de sus doctrinas. Lutero respondió del modo más sumiso
y humilde, sin violencia ni apasionamiento. Su porte era correcto y
respetuoso si bien revelaba en sus modales una confianza y un gozo
que llenaban de sorpresa a la asamblea.
“¡Serenísimo emperador! ¡Ilustres príncipes, benignísimos
señores!—dijo Lutero—. Comparezco humildemente hoy ante vo-
sotros, según la orden que se me comunicó ayer, suplicando por
la misericordia de Dios, a vuestra majestad y a vuestras augustas
altezas, se dignen escuchar bondadosamente la defensa de una causa
acerca de la cual tengo la convicción que es justa y verdadera. Si
falto por ignorancia a los usos y conveniencias de las cortes, perdo-
nádmelo; pues no he sido educado en los palacios de los reyes, sino
en la oscuridad del claustro” (
ibíd
.).
Entrando luego en el asunto pendiente, hizo constar que sus
escritos no eran todos del mismo carácter. En algunos había tratado
de la fe y de las buenas obras y aun sus enemigos los declaraban no
solo inofensivos, sino hasta provechosos. Retractarse de ellos, dijo,