Página 155 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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Un campeón de la verdad
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y al mundo, no solo en aquellos días sino en todas las generaciones
futuras. Su fidelidad y su firmeza fortalecerían la resolución de
todos aquellos que, al través de los tiempos, pasaran por experiencia
semejante. El poder y la majestad de Dios prevalecieron sobre los
consejos de los hombres y sobre el gran poder de Satanás.
Pronto recibió Lutero orden del emperador de volver al lugar de
su residencia, y comprendió que aquello era un síntoma precursor de
su condenación. Nubes amenazantes se cernían sobre su camino, pe-
ro, al salir de Worms, su corazón rebosaba de alegría y de alabanza.
“El mismo diablo—dijo él—custodiaba la ciudadela del papa; mas
Cristo abrió en ella una ancha brecha y Satanás vencido se vio preci-
sado a confesar que el Señor es más poderoso que él” (D’Aubigné,
lib. 7, cap. II).
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Después de su partida, deseoso aún de manifestar que su firmeza
no había que tomarla por rebelión, escribió Lutero al emperador,
diciendo entre otras cosas: “Dios, que es el que lee en el interior
de los corazones, me es testigo de que estoy pronto a obedecer con
diligencia a vuestra majestad, así en lo próspero como en lo adverso;
ya por la vida, ya por la muerte; exceptuando solo la Palabra de Dios
por la que el hombre existe. En todas las cosas relativas al tiempo
presente, mi fidelidad será perenne, puesto que en la tierra ganar o
perder son cosas indiferentes a la salvación. Pero Dios prohibe que
en las cosas concernientes a los bienes eternos, el hombre se someta
al hombre. En el mundo espiritual la sumisión es un culto verdadero
que no debe rendirse sino al Creador” (
ibíd
.).
En su viaje de regreso fue recibido en los pueblos del tránsito con
más agasajos que los que se le tributaran al ir a Worms. Príncipes de
la iglesia daban la bienvenida al excomulgado monje, y gobernantes
civiles tributaban honores al hombre a quien el monarca había des-
preciado. Se le instó a que predicase, y a despecho de la prohibición
imperial volvió a ocupar el púlpito. Dijo: “Nunca me comprometí a
encadenar la Palabra de Dios, y nunca lo haré”.
Martyn 1:420
.
No hacía mucho que el reformador dejara a Worms cuando los
papistas consiguieron que el emperador expidiera contra él un edicto
en el cual se le denunciaba como “el mismo Satanás bajo la figura
humana y envuelto con hábito de fraile” (D’Aubigné, lib. 7, cap.
II). Se ordenaba que tan pronto como dejara de ser valedero su sal-
voconducto, se tomaran medidas para detener su obra. Se prohibía