Página 156 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
guarecerle, suministrarle alimento, bebida o socorro alguno, con
obras o palabras, en público o en privado. Debía apresársele en cual-
quier parte donde se le hallara y entregársele a las autoridades. Sus
adeptos debían ser encarcelados también y sus bienes confiscados.
Los escritos todos de Lutero debían ser destruidos y, finalmente,
cualquiera que osara obrar en contradicción con el decreto quedaba
incluido en las condenaciones del mismo. El elector de Sajonia y
los príncipes más adictos a Lutero habían salido ya de Worms, y el
decreto del emperador recibió la sanción de la dieta. Los romanistas
no cabían de gozo. Consideraban que la suerte de la Reforma estaba
ya sellada.
Pero Dios había provisto un medio de escape para su siervo en
aquella hora de peligro. Un ojo vigilante había seguido los movi-
mientos de Lutero y un corazón sincero y noble se había resuelto a
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ponerle a salvo. Fácil era echar de ver que Roma no había de quedar
satisfecha sino con la muerte del reformador; y solo ocultándose
podía este burlar las garras del león. Dios dio sabiduría a Federico
de Sajonia para idear un plan que salvara la vida de Lutero. Ayu-
dado por varios amigos verdaderos se llevó a cabo el propósito del
elector, y Lutero fue efectivamente sustraído a la vista de amigos
y enemigos. Mientras regresaba a su residencia, se vio rodeado de
repente, separado de sus acompañantes y llevado por fuerza a través
de los bosques al castillo de Wartburg, fortaleza que se alzaba sobre
una montaña aislada. Tanto su secuestro como su escondite fueron
rodeados de tanto misterio, que Federico mismo por mucho tiempo
no supo dónde se hallaba el reformador. Esta ignorancia tenía un
propósito, pues mientras el elector no conociera el paradero del re-
formador, no podía revelar nada. Se aseguró de que Lutero estuviera
protegido, y esto le bastaba.
Pasaron así la primavera, el verano y el otoño, y llegó el invierno,
y Lutero seguía aún secuestrado. Ya exultaban Aleandro y sus par-
tidarios al considerar casi apagada la luz del evangelio. Pero, en
vez de ser esto así, el reformador estaba llenando su lámpara en
los almacenes de la verdad y su luz iba a brillar con deslumbrantes
fulgores.
En la amigable seguridad que disfrutaba en la Wartburg, con-
gratulábase Lutero por haber sido sustraído por algún tiempo al
calor y al alboroto del combate. Pero no podía encontrar satisfac-