Página 200 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
carecía sin embargo de la grandeza moral que mantiene la vida y el
honor subordinados a la verdad, escribió a Berquin: “Solicita que
te manden de embajador al extranjero; ve y viaja por Alemania.
Ya sabes lo que es Beda: un monstruo de mil cabezas, que destila
ponzoña por todas partes. Tus enemigos son legión. Aunque fuera tu
causa mejor que la de Cristo, no te dejarán en paz hasta que hayan
acabado miserablemente contigo. No te fíes mucho de la protección
del rey. Y sobre todas las cosas, te encarezco que
no me comprometas
con la facultad de teología” (
ibíd
.).
Pero cuanto más cuerpo iban tomando los peligros, más se afir-
maba el fervor de Berquin. Lejos de adoptar la política y el egoísmo
que Erasmo le aconsejara, resolvió emplear medios más enérgicos y
eficaces. No quería ya tan solo seguir siendo defensor de la verdad,
sino que iba a intentar atacar el error. El cargo de herejía que los
romanistas procuraban echarle encima, él iba a devolvérselo. Los
más activos y acerbos de sus opositores eran los sabios doctores y
frailes de la facultad de teología de la universidad de París, una de
las más altas autoridades eclesiásticas de la capital y de la nación.
De los escritos de estos doctores entresacó Berquin doce proposicio-
nes, que declaró públicamente “contrarias a la Biblia, y por lo tanto
heréticas”; y apeló al rey para que actuara de juez en la controversia.
El monarca, no descontento de poner frente a frente el poder y
la inteligencia de campeones opuestos, y de tener la oportunidad de
humillar la soberbia de los altivos frailes, ordenó a los romanistas que
defendiesen su causa con la Biblia. Bien sabían estos que semejante
arma de poco les serviría; la cárcel, el tormento y la hoguera eran las
armas que mejor sabían manejar. Cambiadas estaban las suertes y
ellos se veían a punto de caer en la sima a que habían querido echar
a Berquin. Puestos así en aprieto no buscaban más que un modo de
escapar.
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“Por aquel tiempo, una imagen de la virgen, que estaba colocada
en la esquina de una calle, amaneció mutilada”. Esto produjo gran
agitación en la ciudad. Multitud de gente acudió al lugar dando
señales de duelo y de indignación. El mismo rey fue hondamente
conmovido. Vieron en esto los monjes una coyuntura favorable para
ellos, y se apresuraron en aprovecharla. “Estos son los frutos de
las doctrinas de Berquin—exclamaban—. Todo va a ser echado por