Página 211 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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La reforma en Francia
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los dignatarios del estado, que iban también de dos en dos llevando
en sus manos antorchas encendidas.
Como parte del programa de aquel día, el monarca mismo di-
rigió un discurso a los dignatarios del reino en la vasta sala del
palacio episcopal. Se presentó ante ellos con aspecto triste, y con
conmovedora elocuencia, lamentó el “crimen, la blasfemia, y el día
de luto y de desgracia” que habían sobrevenido a toda la nación.
Instó a todos sus leales súbditos a que cooperasen en la extirpación
de la herejía que amenazaba arruinar a Francia. “Tan cierto, señores,
como que soy vuestro rey—declaró—, si yo supiese que uno de mis
miembros estuviese contaminado por esta asquerosa podredumbre,
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os lo entregaría para que fuese cortado por vosotros [...]. Y aun más,
si viera a uno de mis hijos contaminado por ella, no lo toleraría,
sino que lo entregaría yo mismo y lo sacrificaría a Dios”. Las lá-
grimas le ahogaron la voz y la asamblea entera lloró, exclamando
unánimemente: “¡Viviremos y moriremos en la religión católica!”
(D’Aubigné,
Histoire de la Réformation au temps de Calvin
, lib. 4,
cap. 12).
Terribles eran las tinieblas de la nación que había rechazado la
luz de la verdad. “La gracia que trae salvación” se había manifestado;
pero Francia, después de haber comprobado su poder y su santidad,
después que millares de sus hijos hubieron sido alumbrados por su
belleza, después que su radiante luz se hubo esparcido por ciudades
y pueblos, se desvió y escogió las tinieblas en vez de la luz. Habían
rehusado los franceses el don celestial cuando les fuera ofrecido.
Habían llamado a lo malo bueno, y a lo bueno malo, hasta llegar a
ser víctimas de su propio engaño. Y ahora, aunque creyeran de todo
corazón que servían a Dios persiguiendo a su pueblo, su sinceridad
no los dejaba sin culpa. Habían rechazado precisamente aquella luz
que los hubiera salvado del engaño y librado sus almas del pecado
de derramar sangre.
Se juró solemnemente en la gran catedral que se extirparía la
herejía, y en aquel mismo lugar, tres siglos más tarde iba a ser
entronizada la “diosa Razón” por un pueblo que se había olvidado
del Dios viviente. Volvióse a formar la procesión y los representantes
de Francia se marcharon dispuestos a dar principio a la obra que
habían jurado llevar a cabo. “De trecho en trecho, a lo largo del
camino, se habían preparado hogueras para quemar vivos a ciertos