Página 213 - El Conflicto de los Siglos (2007)

Basic HTML Version

La reforma en Francia
209
Dios había dicho: “Los guardaréis pues para cumplirlos; porque
en esto consistirá vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a la vista
de las naciones; las cuales oirán hablar de todos estos estatutos, y
dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido es esta gran nación”.
Deuteronomio 4:6 (VM)
. Francia misma, al rechazar el don celestial,
sembró la semilla de la anarquía y de la ruina; y la acción consecutiva
e inevitable de la causa y del efecto resultó en la Revolución y el
reinado del terror.
Mucho antes de aquella persecución despertada por los carteles,
el osado y ardiente Farel se había visto obligado a huir de la tierra
de sus padres. Se refugió en Suiza, y mediante los esfuerzos con
que secundó la obra de Zuinglio, ayudó a inclinar el platillo de la
balanza en favor de la Reforma. Iba a pasar en Suiza sus últimos
años, pero no obstante siguió ejerciendo poderosa influencia en la
Reforma en Francia. Durante los primeros años de su destierro,
[213]
dirigió sus esfuerzos especialmente a extender en su propio país
el conocimiento del evangelio. Dedicó gran parte de su tiempo a
predicar a sus paisanos cerca de la frontera, desde donde seguía
la suerte del conflicto con infatigable constancia, y ayudaba con
sus palabras de estímulo y sus consejos. Con el auxilio de otros
desterrados, tradujo al francés los escritos del reformador alemán, y
estos y la Biblia vertida a la misma lengua popular se imprimieron
en grandes cantidades, que fueron vendidas en toda Francia por los
colportores. Los tales conseguían estos libros a bajo precio y con el
producto de la venta avanzaban más y más en el trabajo.
Farel dio comienzo a sus trabajos en Suiza como humilde maes-
tro de escuela. Se retiró a una parroquia apartada y se consagró a la
enseñanza de los niños. Además de las clases usuales requeridas por
el plan de estudios, introdujo con mucha prudencia las verdades de
la Biblia, esperando alcanzar a los padres por medio de los niños.
Algunos creyeron, pero los sacerdotes se apresuraron a detener la
obra, y los supersticiosos campesinos fueron incitados a oponerse
a ella. “Ese no puede ser el evangelio de Cristo—decían con insis-
tencia los sacerdotes—, puesto que su predicación no trae paz sino
guerra” (Wylie, lib. 14, cap. 3). Y a semejanza de los primeros discí-
pulos, cuando se le perseguía en una ciudad se iba para otra. Andaba
de aldea en aldea, y de pueblo en pueblo, a pie, sufriendo hambre,
frío, fatigas, y exponiendo su vida en todas partes. Predicaba en las