Página 214 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
plazas, en las iglesias y a veces en los púlpitos de las catedrales.
En ocasiones se reunía poca gente a oírle; en otras, interrumpían su
predicación con burlas y gritería, y le echaban abajo del púlpito. Más
de una vez cayó en manos de la canalla, que le dio de golpes hasta
dejarlo medio muerto. Sin embargo seguía firme en su propósito.
Aunque le rechazaban a menudo, volvía a la carga con incansable
perseverancia y logró al fin que una tras otra, las ciudades que habían
sido los baluartes del papismo abrieran sus puertas al evangelio. Fue
aceptada la fe reformada en aquella pequeña parroquia donde había
trabajado primero. Las ciudades de Morat y de Neuchatel renun-
ciaron también a los ritos romanos y quitaron de sus templos las
imágenes de idolatría.
Farel había deseado mucho plantar en Ginebra el estandarte
protestante. Si esa ciudad podía ser ganada a la causa, se convertiría
en centro de la Reforma para Francia, Suiza e Italia. Para conseguirlo
prosiguió su obra hasta que los pueblos y las aldeas de alrededor
quedaron conquistados por el evangelio. Luego entró en Ginebra
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con un solo compañero. Pero no le permitieron que predicara sino
dos sermones. Habiéndose empeñado en vano los sacerdotes en
conseguir de las autoridades civiles que le condenaran, lo citaron
a un concejo eclesiástico y allí fueron ellos llevando armas bajo
sus sotanas y resueltos a asesinarle. Fuera de la sala, una furiosa
turba, con palos y espadas, se agolpó para estar segura de matarle
en caso de que lograse escaparse del concejo. La presencia de los
magistrados y de una fuerza armada le salvaron de la muerte. Al
día siguiente, muy temprano, lo condujeron con su compañero a la
ribera opuesta del lago y los dejaron fuera de peligro. Así terminó
su primer esfuerzo para evangelizar a Ginebra.
Para la siguiente tentativa el elegido fue un instrumento menos
destacado: un joven de tan humilde apariencia que era tratado con
frialdad hasta por los que profesaban ser amigos de la Reforma. ¿Qué
podría hacer uno como él allí donde Farel había sido rechazado?
¿Cómo podría un hombre de tan poco valor y tan escasa experiencia,
resistir la tempestad ante la cual había huido el más fuerte y el más
bravo? “¡No por esfuerzo, ni con poder, sino por mi Espíritu! dice
Jehová de los ejércitos”. “Ha escogido Dios las cosas insensatas del
mundo, para confundir a los sabios”. “Porque lo insensato de Dios,