Página 223 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El despertar de España
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En uno de los tratados se explicaba del siguiente modo la dife-
rencia que media entre la excelencia de la fe y las obras humanas:
“Dios dijo: ‘Quien creyere y fuere bautizado, será salvo’. Esta
promesa de Dios debe ser preferida a toda la ostentación de las obras,
a todos los votos, a todas las satisfacciones, a todas las indulgencias,
y a cuanto ha inventado el hombre; porque de esta promesa, si la
recibimos con fe, depende toda nuestra felicidad. Si creemos, nuestro
corazón se fortalece con la promesa divina; y aunque el fiel quedase
despojado de todo, esta promesa en que cree, le sostendría. Con ella
resistiría al adversario que se lanzara contra su alma; con ella podrá
responder a la despiadada muerte, y ante el mismo juicio de Dios.
Su consuelo en todas sus adversidades consistirá en decir: Yo recibí
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ya las primicias de ella en el bautismo; si Dios es conmigo, ¿quién
será contra mí? ¡Oh! ¡qué rico es el cristiano y el bautizado! nada
puede perderle a no ser que se niegue a creer”.
“Si el cristiano encuentra su salud eterna en la renovación de
su bautismo por la fe—preguntaba el autor de este tratado—, ¿qué
necesidad tiene de las prescripciones de Roma? Declaro pues—
añadía—que ni el papa, ni el obispo, ni cualquier hombre que sea,
tiene derecho de imponer lo más mínimo a un cristiano sin su consen-
timiento. Todo lo que no se hace así, se hace tiránicamente. Somos
libres con respecto a todos [...]. Dios aprecia todas las cosas según
la fe, y acontece a menudo que el simple trabajo de un criado o de
una criada es más grato a Dios que los ayunos y obras de un fraile,
por faltarle a este la fe. El pueblo cristiano es el verdadero pueblo de
Dios” (D’Aubigné,
Histoire de la Réformation du seizième siècle
,
lib. 6, cap. 6).
En otro tratado se enseñaba que el verdadero cristiano, al ejercer
la libertad que da la fe, tiene buen cuidado también en respetar los
poderes establecidos. El amor a sus semejantes le induce a portarse
de un modo circunspecto y a ser leal a los que gobiernan el país.
“Aunque el cristiano [...] [sea] libre, se hace voluntariamente siervo,
cristiano que “la fe sin las obras es muerta, puesto que las obras son una indicación segura
de la existencia de la fe”; que “nuestras buenas obras tienen valor solamente cuando
son ejecutadas por amor de Cristo, y que, si prescindimos de él, no valen nada”; que
“los sufrimientos de Cristo son del todo suficientes para salvar de todo pecado “; y que
“él carga con nuestros pecados y nosotros quedamos libres”(
Spanish Protestants in the
Sixteenth Century
, cap. 15).