Página 230 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
Respecto al carácter y posición social de los que se unieron al
movimiento reformador en España, se expresa así el historiador:
“Tal vez no hubo nunca en país alguno tan gran proporción de
personas ilustres, por su cuna o por su saber, entre los convertidos a
una religión nueva y proscrita. Esta circunstancia ayuda a explicar
el hecho singular de que un grupo de disidentes que no bajaría
de dos mil personas, diseminadas en tan vasto país, y débilmente
relacionadas unas con otras, hubiese logrado comunicar sus ideas
y tener sus reuniones privadas durante cierto número de años, sin
ser descubierto por un tribunal tan celoso como lo fue el de la
Inquisición” (
ibíd
.).
Al paso que la Reforma se propagaba por todo el norte de España,
con Valladolid por centro, una obra de igual importancia, centrali-
zada en Sevilla, llevábase a cabo en el sur. Merced a una serie de
circunstancias providenciales, Rodrigo de Valero, joven acaudalado,
fue inducido a apartarse de los deleites y pasatiempos de los ricos
ociosos y a hacerse heraldo del evangelio de Cristo. Consiguió un
ejemplar de la Vulgata, y aprovechaba todas las oportunidades para
aprender el latín, en que estaba escrita su Biblia. “A fuerza de estu-
diar día y noche”, pronto logró familiarizarse con las enseñanzas de
las Sagradas Escrituras. El ideal sostenido por ellas era tan patente
y diferente del clero, que Valero se sintió obligado a hacerle ver
a este cuánto se habían apartado del cristianismo primitivo todas
las clases sociales, tanto en cuanto a la fe como en cuanto a las
costumbres; la corrupción de su propia orden, que había contribuido
a inficionar toda la comunidad cristiana; y el sagrado deber que le
incumbía a la orden de aplicar inmediato y radical remedio antes que
el mal se volviera del todo incurable. Estas representaciones iban
siempre acompañadas de una apelación a las Sagradas Escrituras
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como autoridad suprema en materia de religión, y de una exposición
de las principales doctrinas que aquellas enseñan” (
ibíd
., cap. 4). “Y
esto lo decía—escribe Cipriano de Valera—no por rincones, sino en
medio de las plazas y calles, y en las gradas de Sevilla”. Cipriano de
Valera,
Dos tratados del papa, y de la misa, 242-246
.
El más distinguido entre los conversos de Rodrigo de Valero fue
el Dr. Egidio (Juan Gil), canónigo mayor de la corte eclesiástica de
Sevilla (
De Castro, 109
), quien, no obstante su extraordinario saber,
no logró por muchos años alcanzar popularidad como predicador.