Página 239 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El despertar de España
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más firme que envejecido roble o que soberbia peña nacida en el
seno de los mares.
“Su esposa [...] presa también en los calabozos de la Inquisición;
al fin débil como joven de veinticuatro años [después de cerca de dos
años de encarcelamiento], cediendo al espanto de verse reducida a
la estrechez de los negros paredones que formaban su cárcel, tratada
como delincuente, lejos de su marido a quien amaba aun más que
a su propia vida, [...] y temiendo todas las iras de los inquisidores,
declaró haber dado franca entrada en su pecho a los errores de los
herejes, manifestando al propio tiempo con dulces lágrimas en los
ojos su arrepentimiento [...]
“Llegado el día en que se celebraba el auto de fe con la pompa
conveniente al orgullo de los inquisidores, salieron los reos al ca-
dalso y desde él escucharon la lectura de sus sentencias. Herrezuelo
iba a ser reducido a cenizas en la voracidad de una hoguera: y su
esposa doña Leonor a abjurar las doctrinas luteranas, que hasta aquel
punto había albergado en su alma, y a vivir, a voluntad del ‘Santo’
Oficio, en las casas de reclusión que para tales delincuentes estaban
preparadas. En ellas, con penitencias y sambenito recibiría el castigo
de sus errores y una enseñanza para en lo venidero desviarse del
camino de su perdición y ruina”.
De Castro, 167, 168
.
Al ir Herrezuelo al cadalso “lo único que le conmovió fue el ver a
su esposa en ropas de penitente; y la mirada que echó (pues no podía
hablar) al pasar cerca de ella, camino del lugar de la ejecución, pare-
cía decir: ‘¡Esto sí que es difícil soportarlo!’ Escuchó sin inmutarse
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a los frailes que le hostigaban con sus importunas exhortaciones para
que se retractase, mientras le conducían a la hoguera. ‘El bachiller
Herrezuelo—dice Gonzalo de Illescas en su
Historia pontifical
—se
dejó quemar vivo con valor sin igual. Estaba yo tan cerca de él que
podía verlo por completo y observar todos sus movimientos y expre-
siones. No podía hablar, pues estaba amordazado: [...] pero todo su
continente revelaba que era una persona de extraordinaria resolución
y fortaleza, que antes que someterse a creer con sus compañeros lo
que se les exigiera, resolvió morir en las llamas. Por mucho que lo
La casa donde se reunían los protestantes de Sevilla tuvo fin análogo: se roció la
tierra con sal, y se erigió un pilar monumental parecido (B. B. Wiffen, nota, por vía de
prólogo, en su reimpresión de la
Epístola consolatoria
, de Juan Pérez. Londres, ed. de
1871, p. 16).