Página 256 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
tos años aquella voz habló desde la cárcel de Bedford con poder
penetrante a los corazones de los hombres.
El Peregrino y Gracia
abundante para el mayor de los pecadores
han guiado a muchos por
el sendero de la vida eterna.
Baxter, Flavel, Alleine y otros hombres de talento, de educación
y de profunda experiencia cristiana, se mantuvieron firmes defen-
diendo valientemente la fe que en otro tiempo fuera entregada a los
santos. La obra que ellos hicieron y que fue proscrita y anatemati-
zada por los reyes de este mundo, es imperecedera.
La Fuente de
la vida y El método de la gracia
de Flavel enseñaron a millares el
modo de confiar al Señor la custodia de sus almas.
El pastor reformado
, de Baxter, fue una verdadera bendición
para muchos que deseaban un avivamiento de la obra de Dios, y su
Descanso eterno de los santos
cumplió su misión de llevar almas
“al descanso que queda para el pueblo de Dios”.
Cien años más tarde, en tiempos de tinieblas espirituales, apare-
cieron Whitefield y los Wesley como portadores de la luz de Dios.
Bajo el régimen de la iglesia establecida, el pueblo de Inglaterra
había llegado a un estado tal de decadencia, que apenas podía distin-
guirse del paganismo. La religión natural era el estudio favorito del
clero y en él iba incluida casi toda su teología. La aristocracia hacía
escarnio de la piedad y se jactaba de estar por sobre lo que llamaba
su fanatismo, en tanto que el pueblo bajo vivía en la ignorancia y
el vicio, y la iglesia no tenía valor ni fe para seguir sosteniendo la
causa de la verdad ya decaída.
La gran doctrina de la justificación por la fe, tan claramente
enseñada por Lutero, se había perdido casi totalmente de vista, y
ocupaban su lugar los principios del romanismo de confiar en las
buenas obras para obtener la salvación. Whitefield y los Wesley,
miembros de la iglesia establecida, buscaban con sinceridad el favor
de Dios, que, según se les había enseñado, se conseguía por medio
de una vida virtuosa y por la observancia de los ritos religiosos.
En cierta ocasión en que Carlos Wesley cayó enfermo y pen-
saba que estaba próximo su fin, se le preguntó en qué fundaba su
esperanza de la vida eterna. Su respuesta fue: “He hecho cuanto he
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podido por servir a Dios”. Pero como el amigo que le dirigiera la
pregunta no parecía satisfecho con la contestación, Wesley pensó:
“¡Qué! ¿No son suficientes mis esfuerzos para fundar mi esperanza?