Página 258 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
“Ya mucho antes—dice él—, había notado yo el carácter serio
de aquella gente. De su humildad habían dado pruebas manifiestas,
al prestarse a desempeñar en favor de los otros pasajeros las tareas
serviles que ninguno de los ingleses quería hacer, y al no querer
recibir paga por estos servicios, declarando que era un beneficio para
sus altivos corazones y que su amante Salvador había hecho más por
ellos. Y día tras día manifestaban una mansedumbre que ninguna
injuria podía alterar. Si eran empujados, golpeados o derribados, se
ponían en pie y se marchaban a otro lugar; pero sin quejarse. Ahora
se presentaba la oportunidad de probar si habían quedado tan libres
del espíritu de temor como del de orgullo, ira y venganza. Cuando
iban a la mitad del salmo que estaban entonando al comenzar su
culto, el mar embravecido desgarró la vela mayor, anegó la embar-
cación, y penetró de tal modo por la cubierta que parecía que las
tremendas profundidades nos habían tragado ya. Los ingleses se
pusieron a gritar desaforadamente. Los alemanes siguieron cantando
con serenidad. Más tarde, pregunté a uno de ellos: ‘¿No tuvisteis
miedo?’ Y me dijo: ‘No; gracias a Dios’. Volví a preguntarle: ‘¿No
tenían temor las mujeres y los niños?’ Y me contestó con calma:
‘No; nuestras mujeres y nuestros niños no tienen miedo de morir’”.
Whitehead, o cit., 10
.
Al arribar a Savannah vivió Wesley algún tiempo con los mo-
ravos y quedó muy impresionado por su comportamiento cristiano.
Refiriéndose a uno de sus servicios religiosos que contrastaba no-
tablemente con el formalismo sin vida de la iglesia anglicana, dijo:
“La gran sencillez y solemnidad del acto entero casi me hicieron
olvidar los diecisiete siglos transcurridos, y me parecía estar en una
de las asambleas donde no había fórmulas ni jerarquía, sino donde
presidía Pablo, el tejedor de tiendas, o Pedro, el pescador, y donde
se manifestaba el poder del Espíritu”.
Ibíd., 11, 12
.
Al regresar a Inglaterra, Wesley, bajo la dirección de un predi-
cador moravo llegó a una comprensión más clara de la fe bíblica.
Llegó al convencimiento de que debía renunciar por completo a de-
pender de sus propias obras para la salvación, y confiar plenamente
en el “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. En una
reunión de la sociedad morava, en Londres, se leyó una declaración
de Lutero que describía el cambio que obra el Espíritu de Dios en el
corazón del creyente. Al escucharlo Wesley, se encendió la fe en su
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