Página 263 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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La verdad progresa en Inglaterra
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vosotros mismos hasta ellas o morir para siempre’. El grito general
es: ‘¡Qué faltos de caridad son estos hombres!’ ¿Que no tienen
caridad? ¿En qué respecto? ¿No dan de comer al hambriento y no
visten al desnudo? ‘No; no es este el asunto, que en esto no faltan;
donde les falta caridad es en su modo de juzgar, pues creen que
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ninguno puede ser salvo a no ser que siga el camino de ellos’”.
Ibíd.,
3:152, 153
.
El decaimiento espiritual que se había dejado sentir en Inglaterra
poco antes del tiempo de Wesley, era debido en gran parte a las
enseñanzas contrarias a la ley de Dios, o antinomianismo. Muchos
afirmaban que Cristo había abolido la ley moral y que los cristia-
nos no tenían obligación de observarla; que el creyente está libre
de la “esclavitud de las buenas obras”. Otros, si bien admitían la
perpetuidad de la ley, declaraban que no había necesidad de que
los ministros exhortaran al pueblo a que obedeciera los preceptos
de ella, puesto que los que habían sido elegidos por Dios para ser
salvos eran “llevados por el impulso irresistible de la gracia divina,
a practicar la piedad y la virtud”, mientras los sentenciados a eterna
perdición, “no tenían poder para obedecer a la ley divina”.
Otros, que también sostenían que “los elegidos no pueden ser
destituidos de la gracia ni perder el favor divino” llegaban a la con-
clusión aun más horrenda de que “sus malas acciones no son en
realidad pecaminosas ni pueden ser consideradas como casos de
violación de la ley divina, y que en consecuencia los tales no tienen
por qué confesar sus pecados ni romper con ellos por medio del arre-
pentimiento” (McClintock-Strong,
Cyclopedia
, art. Antinomians).
Por lo tanto, declaraban que aun uno de los pecados más viles “con-
siderado universalmente como enorme violación de la ley divina,
no es pecado a los ojos de Dios”, siempre que lo hubiera cometido
uno de los elegidos, “porque es característica esencial y distintiva
de estos que no pueden hacer nada que desagrade a Dios ni que sea
contrario a la ley”.
Estas monstruosas doctrinas son esencialmente lo mismo que la
enseñanza posterior de los educadores y teólogos populares, quienes
dicen que no existe ley divina como norma inmutable de lo que
es recto, y que más bien la norma de la moralidad es indicada por
la sociedad y que ha estado siempre sujeta a cambios. Todas estas
ideas son inspiradas por el mismo espíritu maestro: por aquel que,