Página 264 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
hasta entre los seres impecables de los cielos, comenzó su obra de
procurar suprimir las justas restricciones de la ley de Dios.
La doctrina de los decretos divinos que fija de una manera inalte-
rable el carácter de los hombres, había inducido a muchos a rechazar
virtualmente la ley de Dios. Wesley se oponía tenazmente a los erro-
res de los maestros del antinomianismo y probaba que son contrarios
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a las Escrituras. “Porque la gracia de Dios que trae salvación a
todos
los hombres
, se manifestó”. “Porque esto es bueno y agradable de-
lante de Dios nuestro Salvador; el cual quiere que
todos los hombres
sean salvos, y que vengan al conocimiento de la verdad. Porque hay
un Dios, asimismo un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo
hombre; el cual se dio a sí mismo en precio del rescate por
todos
”.
Tito 2:11
;
1 Timoteo 2:3-6
. El Espíritu de Dios es concedido libre-
mente para que todos puedan echar mano de los medios de salvación.
Así es cómo Cristo “la Luz verdadera”, “alumbra a todo hombre
que viene a este mundo”.
Juan 1:9
. Los hombres se privan de la
salvación porque rehusan voluntariamente la dádiva de vida.
En contestación al aserto de que a la muerte de Cristo quedaron
abolidos los preceptos del Decálogo juntamente con los de la ley
ceremonial, decía Wesley: “La ley moral contenida en los Diez
Mandamientos y sancionada por los profetas, Cristo no la abolió. Al
venir al mundo, no se propuso suprimir parte alguna de ella. Esta es
una ley que jamás puede ser abolida, pues permanece firme como
fiel testigo en los cielos [...]. Existía desde el principio del mundo,
habiendo sido escrita no en tablas de piedra sino en el corazón de
todos los hijos de los hombres al salir de manos del Creador. Y no
obstante estar ahora borradas en gran manera por el pecado las letras
tiempo atrás escritas por el dedo de Dios, no pueden serlo del todo
mientras tengamos conciencia alguna del bien y del mal. Cada parte
de esta ley ha de seguir en vigor para toda la humanidad y por todos
los siglos; porque no depende de ninguna consideración de tiempo
ni de lugar ni de ninguna otra circunstancia sujeta a alteración, sino
que depende de la naturaleza de Dios mismo, de la del hombre y de
la invariable relación que existe entre uno y otro.
“‘No he venido para abrogar, sino a cumplir’. [...] Sin duda quiere
[el Señor] dar a entender en este pasaje—según se colige por el
contexto—que vino a establecerla en su plenitud a despecho de cómo
puedan interpretarla los hombres; que vino a aclarar plenamente lo